La contemplación es un acto que permite una observación con apariencia pasiva de lo que estamos observando. Digo apariencia pasiva porque, a priori, no supone ningún esfuerzo. Pero, paradójicamente, viviendo en un mundo sobre estimulado, hay muchas personas a las que estar en estado contemplativo les resulta muy difícil… porque ya no saben estar sin estar atendiendo en movimiento o pendientes a un movimiento rápido: a algo o a alguien.
Un estado de quietud no significa necesariamente estar en un ‘estado pasivo’. Al contrario, la contemplación implica estar muy activo en un presente que requiere rebajar ritmos y tensiones para pasar a una observación relajada a la vez que activa.
La contemplación nos lleva a poder observar un estado de cosas, uno mismo o una misma, un paisaje, una obra de arte, o ver pasar a la gente desde un banco de un parque sin otra intención que la de observar. Es una forma que nos lleva al famoso estado del «aquí y ahora».
En una sociedad que reclama la constante acción como forma de estar en la vida para ser productivos, para tener la sensación de no perder el tiempo, para que nada se nos escape, el estado contemplativo parece no estar de moda o incluso se llega a menospreciar las personas que parece que estén en este estado de forma más evidente.
Sin embargo, la contemplación me parece cada vez más necesaria por varios motivos:
La contemplación nos permite relajar la mente. Cuanto más relajada está la mente, más capaz es de tomar decisiones desde un lugar de serenidad en el que se puede evaluar mejor todo aquello que está en juego en una determinada situación.
La contemplación nos permite poder observar mejor los matices, los detalles dentro de un marco global de aquello que observamos. En oposición, cuando observamos demasiado rápidamente caemos fácilmente en automatismos que hace que nos saltemos pasos o elementos importantes de aquello que vivimos.
La contemplación nos permite realizar una actualización inconsciente de toda una serie de cosas que hemos elaborado durante días o incluso años anteriores sin que lo forcemos. Efectivamente, en estados de contemplación, de repente, nos damos cuenta de cosas o se nos enciende la bombilla sobre cosas que no sabíamos abordar en un momento dado cuando lo intentábamos, una y otra vez. La contemplación puede ser pues un lugar de resurgimiento.
La contemplación puede ser también un lugar donde desarrollar la aceptación de aquello que más nos duele, pero sin llegar a sufrir. El poder observar experiencias desde una observación tranquila implica que podamos procesar mejor nuestras frustraciones, las cosas que no entendemos tanto sobre nosotros mismos y nosotras mismas, como de las que nos rodean. Y a partir de esta aceptación podremos elaborar estrategias probablemente mucho más acertadas que desde la impaciencia.
Me preocupa que la contemplación esté tan denostada en la vida actual donde la sobre-actividad mental se genera por presión social y por la inmersión de dispositivos digitales que, seamos francos, pocas personas saben gestionar como lo certifican cada vez más estudios. Y no solo se trata de los nativos digitales. Basta con subirse a un autobús para ver como una gran parte de la gente se entretiene o trabaja detrás de una pantalla; o entrar en un restaurante y comprobar que, en muchas mesas, las personas que las comparten están cada una mirando su móvil; o comprobar cuántos padres y madres están en el parque mirando su móvil y mirando por encima de él para ver qué hace su hijo o hija.
Por la misma razón, no es de extrañar que –en paralelo– se hayan desarrollado tantos retiros contemplativos o de prácticas relacionadas con el cuerpo. Porque sentirnos el cuerpo es también una forma de contemplar, de sentirnos presentes.
Así que, preguntarse cuánto tiempo hace que no te dedicas a contemplar también puede ser un indicativo de tu calidad de vida, de tu saber estar contigo mismo o contigo misma, de pararte a observar lo que hay y no estar sometido constantemente a lo que debería ser para poder evaluar de forma más realista y con consciencia de más elementos que existen en la realidad.
Contemplar no es estar en Babia,
es observar serenamente y con una alerta relajada.
Contemplar nos lleva a poner distancia a nuestra acción y poder valorarla desde un lugar más sosegado, lo cual nos puede generar más seguridad y efectividad en nuestras elecciones.