“La vida no es dejar que pase la tormenta. Es aprender a bailar con la lluvia”
Vivian Greene
Los errores y las limitaciones forman parte del guión de la vida. El conflicto no es negativo, es necesario. El encuentro intergeneracional produce conflicto, que es riqueza y valor. Un cruce de miradas entre los abuelos que miran cómo se les acerca correteando una niña por el parque, mientras sus padres le están gritando que tenga cuidado, es una escena que hemos visto muchas veces, y que refleja la explosión vital del encuentro, el recuerdo, la vivencia del instante y cierto temor.
¿Qué ocurre cuando estos encuentros están protagonizados por los padres y sus hijos, por los educadores y los adolescentes?
El conflicto no es negativo, es
necesario
En El conflicto como oportunidad, no como negación o fracaso afirmamos que no hay adolescentes problemáticos, sino sociedad problemática; tampoco fracaso escolar de adolescentes, sino fracaso del sistema educativo; ni tan siquiera, adolescentes conflictivos, sino relaciones conflictivas con los adolescentes. Esta afirmación comprende a los adolescentes, sus padres, sus educadores, las instituciones, la sociedad y la cultura en la que vivimos.
La adolescencia, como cualquier etapa de la vida, es dinámica, y en gran medida, producto de un contexto. Sus formas de estar y comportarse, de convivir y relacionarse, de afrontar la vida y la relación con los adultos. Javier Elzo, en El grito de los adolescentes destaca la singularidad, propia de un contexto cultural y una historia; la diversidad, que les concede un perfil diferente; y la socialización, donde las tradicionales estructuras sociales (familia y escuela), son desplazadas por el grupo de pares en un potente entorno digital.
La vivencia en estos contextos singulares, dentro de una agitada secuencia de ambientes, relaciones, encuentros y desencuentros, siempre múltiples y cambiantes, son factores que describen la adolescencia. La percepción de los adultos está conformando un concepto de adolescente. Jaume Funes, en El mundo de los adolescentes indica muchas y complejas interacciones, así como ciertos territorios diversos en los que habita la diversidad adolescente, en la que distingue tres miradas:
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DESCONOCIMIENTO
La mirada del desconocimiento de lo que son y hacen los adolescentes. Cuando se asocia adolescencia con determinadas conductas molestas para el orden. Los adultos desconocen en gran medida los gustos y preferencias de los consumos de los jóvenes. El marco tecnológico, los medios de comunicación en general y el entorno digital en particular, alimentan de un modo voraz este desconocimiento, que se convierte con facilidad en desconfianza y rechazo. Los padres y madres se sienten impotentes, desorientados, ante la irrupción y los avances de las TRIC (Tecnologías de la Relación, Información y Comunicación)
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CONFLICTO
La mirada desde el conflicto. Educadores, padres y madres, que identifican las situaciones que generan conflicto en el trato con los adolescentes, con adolescentes conflictivos. No señalan la culpa, ni el problema, sino asignan culpables.
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ANGUSTIA
La mirada angustiada, viendo peligros y víctimas por todos los rincones. Cualquier espacio o situación es motivo para preocuparse y sentirse amenazados. Una mirada que intenta proteger pero impide educar en el sentido de la responsabilidad y la autonomía. Una mirada que no acepta la incertidumbre como propia de la época que vivimos, y como singularidad de esta etapa evolutiva.
Como indicamos en la tesis, “La creación de un cortometraje: un proceso de mediación en la promoción de la salud del adolescente”, este conjunto de miradas suscita una triple tipología entre padres y madres.
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La componen aquellos padres despreocupados por sus hijos, que por motivos varios, conforman la generación de la llave (casi siempre están solos en casa) o generación horizontal (sólo ven a sus hijos dormidos). Son padres que en los pocos momentos que conviven con ellos, no están con ganas de discutir, tampoco de dialogar. Por tanto, crecen con escasos límites y referencias en la familia, sin compañía, ni pautados, ni obligaciones.
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Formada por los padres ocupados, preocupados y agobiados por sus hijos. Son todos aquellos que están con ellos, crecen con ellos, intervienen en su educación. Crían y educan. Pero viven con el agobio del día a día, sin saber qué hacer; sintiendo como una pesada losa la diferencia intergeneracional, la presión del grupo de amigos, la presión del ambiente, los titulares de los medios de comunicación, las incontables horas en las pantallas móviles.
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Los padres ocupados y preocupados, pero no alarmados. Los que viven responsablemente el conflicto del crecimiento de sus hijos, y el suyo propio, con tensión e ilusión; los que buscan espacios de diálogo, los que se sienten interpelados por sus comportamientos, reacciones bruscas, ásperos y largos silencios. Los que escuchan y observan. Los que aguardan el momento idóneo para conversar con ellos, no desde las certezas y principios, sino desde el diálogo y la empatía.
Los adolescentes también definen su identidad
a través del riesgo
La pubertad agita las sensaciones con más intensidad. Los neurocientíficos describen la liberación de testosterona y estrógenos, y sugieren integrar también las complejas interacciones neuronales que comprenden los mecanismos cerebrales de motivación y compensación, en las que participa la dopamina, sustancia química clave del cerebro que transmite y comunica las señales entre las células nerviosas.
Es decir, el cerebro de un adolescente circula como un potente coche de fórmula uno por la autopista, mientras que el resto lo hacen como un modesto utilitario. El cerebro adolescente está en cambio, cada uno de ellos es un horizonte infinito de esperanza.
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DOPAMINA
5 remos para una misma barca
La neurociencia nos dice que sus comportamientos extraños y desconcertantes, agradablemente sorprendentes, obedecen a un cerebro adolescente medio, normal.
“Puede que mi hijo no esté tan loco como creía, puede que sea natural. Será cuestión de esperar”.
La atracción por las conductas de riesgo, son un estado natural y necesario para su desarrollo. Habíamos creído que la mayor influencia procedía del entorno, pero la biología y la genética forman parte del guión de su comportamiento, así como de su educación. Aunque no subestimamos su entorno, ni tampoco sus conexiones, por eso hablamos de horizonte neurosocial.
No hay culpables. Que tomen conciencia que sus altibajos, depresiones y ansiedades, reside en sus conexiones cerebrales. Que sepan cómo funcionan y que su cerebro está en construcción, les tranquiliza y les anima. También tranquiliza a sus padres y educadores.
No hay culpables
Responsabilidad de los adultos. El “estado crítico del cerebro”, en expansión y exuberancia es una oportunidad enorme para su educación, y un reto constante y apasionante para acompañarles en su incómodo crecimiento. Estimulación y comprensión son dos claves muy significativas. Padres e hijos se tranquilizan si saben que muchos de sus comportamientos obedecen la expansión cerebral adolescente, conversarlo emociona y vincula. Recordemos que nadie, ni siquiera los que han sido dotados de la mayor “normalidad” de libran de un proceso muy complejo: el de crecer.
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