INCLUSIÓN EDUCATIVA: EL HORIZONTE DE LA IGUALDAD

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«–Minusválido, discapacitado, retrasado… no sé cómo llamarte.

–Sam, puede llamarme Sam»

Yo soy Sam, 2001

Un nuevo enfoque de la discapacidad en educación

Los derechos de las personas con discapacidad se encuentran, al menos en el ámbito legislativo,  ampliamente reconocidos y defendidos, sobre todo tras la aprobación en 2006 de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, aunque también existen antecedentes interesantes como la Convención de la UNESCO relativa a la Lucha contra las Discriminaciones en la Esfera de la Enseñanza, de 1960, que ya relacionaba claramente la exclusión con una forma de discriminación.

Sin embargo, la mirada sesgada que seguimos ejerciendo sobre “el otro” por su condición de “diferente” nos sigue llevando a la perpetuación de estereotipos basados en la enraizada idea de que diferencia y desigualdad van de la mano en un camino que conduce, inevitablemente, hacia la exclusión social y, por ende, hacia la marginación. Ante esto, el fomento de la inclusión en todos los sentidos se empieza más que nunca a considerar clave en la formación de una sociedad plural, libre y equilibrada en la que todos los seres humanos contribuyan a la construcción de la diversidad en igualdad de condiciones.

En ese sentido, es innegable la poderosa influencia que el sistema educativo ejerce sobre la mirada que realizamos de la diversidad, y que ese enfoque muchas veces viene marcado por los prejuicios que ya se establecen a priori y que la sociedad acepta sin más. Así, en un modelo educativo que no es plenamente inclusivo y que aún mantiene vigentes distintos mecanismos de segregación como pueden ser, por ejemplo, la existencia de centros de educación especial, es fácil que adultos y jóvenes caigan en el hábito de ejercer una mirada de la discapacidad “desde fuera”,  desde la extrañeza que provoca lo desconocido ante nuestros ojos, lo que nos lleva a dejarnos llevar fácilmente por estereotipos manidos, tal y como podemos deducir del enfoque aportado por T. Aguado en Educación Intercultural: perspectivas y propuestas (2010): «No deberíamos definir a un individuo al margen de él mismo, al margen de cualquier relación con él. Reconocer la diversidad cultural implica reconocer al otro, huyendo de adscripciones previas, fijas y categorizadoras». (p.17).

Inclusión como principio

Sin embargo, un enfoque del ámbito educativo que tenga la inclusión como principio y como norma -y no solo como característica más-, nos permitirá valorar la diversidad como una fuente de enriquecimiento y como un motor necesario que alimente la equidad en la educación y en la sociedad. Determinadas manifestaciones culturales y artísticas han retratado a lo largo de la historia aquellos sesgos que perpetúan las desigualdades en el terreno de la discapacidad, por lo que es ahora misión de los sistemas educativos convertirse en los mecanismos de impulso adecuados para derribar esas miradas que incluían solamente determinados tipos de identidades y dejaban otras al margen, en el olvido.

Para esta inclusión, y en un necesario ejercicio de visibilización, es prioritario darle voz y papeles protagonistas en el ámbito cultural y el educativo a los colectivos tradicionalmente marginados de la sociedad: ¿cuántos actores o actrices con discapacidad vemos en el mundo del cine? ¿Cuántos jóvenes con discapacidad forman parte, por ejemplo, de los órganos de participación de un centro escolar? Sus voces, en definitiva, deben empezar a formar parte del día a día de nuestras vidas, en todas sus esferas, ámbitos y actividades, ya que, como dice Chimamanda N. Adichie en El peligro de la historia única, “el relato único crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos. Convierten el relato en el único relato” (2018, p. 21).

Una camino esperanzador

Para que la educación no contribuya a esa visión de aislamiento social que históricamente ha venido asociada a la discapacidad y para que se normalice su papel en la vida, es fundamental que se normalice la presencia de los niños y niñas con estas características en las aulas ordinarias, en cumplimiento, además, con los últimos requerimientos de las Naciones Unidas, que se ha pronunciado claramente al respecto.

Porque la discapacidad, como cualquier otra característica o condición presente en las personas, no es ni el motor que nos mueve ni tampoco la afectación que nos conmueve; puede estar en nuestro entorno, o no estar; puede estar en las personas que nos rodean o puede ser parte de otras realidades, más o menos cercanas; pero lo que está claro es que está ahí, como parte de una diversidad que está siempre presente en los distintos caminos que emprendemos en nuestras vidas y que, para aquellos que creemos en la justicia social, deben conducirnos al complejo -pero esperanzador- horizonte de la igualdad.


RECURSOS

Aguado, T. y Del Olmo, M. (coord.). (2010). Educación intercultural. Perspectivas y propuestas. Madrid: Ramón Areces.

Ngozi Adichie, C. (2018). El peligro de la historia única. Barcelona: Literatura Random House.

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