Escuchar, leer, dialogar, tal vez
comprender
El momento escolar, el acto escolar, el proceso escolar. Un maestro quiere producir conocimiento, quiere ver a sus alumnos creciendo en ese conocimiento. Necesita ser capaz de «ver» a cada uno en ese conocimiento. Hay que hablar.
Le han comisionado para para engrandecer, para hacer progresar a una franja de edad. Tal vez deba defender una materia de conocimiento a un determinado nivel. Él representa experiencia y conocimiento y se expresa en actos de comunicación, de reconocimiento y de guía.
La comunicación se inicia con el saludo y la presentación, ejemplos que los alumnos imitan. En la sabiduría y calidez de ese acto se forja la primera autoridad. Ellos han de reconocer y aceptar el liderazgo que habrán de seguir. Y los alumnos han de saberse reconocidos, todos ellos, y cada uno estimulado a reconocer a los demás. Acto seguido es importante discutir qué los ha reunido, qué propósito tiene esa sociedad temporal.
Estamos reunidos para aprender a hablar mejor o para escribir correctamente o para hacernos idea del mundo natural. Sea lo que sea, niños o jóvenes han de hacerlo suyo. Ahí en la pared está el mural curricular que nos recuerda lo que se espera de nosotros en este tiempo. El maestro confía en que cada cual lo superará a su manera y que el trabajo colectivo dejará atrás el mural. El currículo será vencido. Esos burócratas del Ministerio no saben quiénes somos.
Las primeras sesiones han de aclarar lo que sabemos, de lo que somos capaces y deshacer mitos y errores. El error y el mito están para ser superados. No piense el maestro que no los padece, una sabia humildad, fortalece. Sabes lo que sabes y lo que no sabes y no te afliges por ello porque estás en marcha. Errores y mitos han de presentarse y ponerse a la vista sin miedo para poder combatirlos. Este curso es un combate que no podemos perder.
De esos primeros intercambios, de esa confrontación con el currículo a la vista, saldrán nuestras decisiones. En algún caso pueden salir proyectos claros y compartidos: una obra de teatro, una investigación, una exposición, un fichero, una enciclopedia de tema, un programa de radio… O tal vez el maestro vea que debe poner en pie un objeto de conocimiento que los alumnos no sospechan. La Reforma protestante es importante. ¿Por qué? Defiéndase. De hecho, todo empieza así.
ESCUCHAR
El maestro debe conseguir la «evocación». Una palabra o una frase escrita en la pizarra, un objeto que contiene una narración, una paradoja o una historia con recorrido y mucho presente. Hasta la prehistoria tiene presente, todo lo tiene. Apoderarse de la mente de los alumnos para que conecte con el problema propuesto.
Pero, al final, ellos han de saber escuchar y eso es algo que también se aprende del ejemplo. El maestro ha de demostrar que sabe hacerlo. Y escuchar es atender a lo que se dice al tiempo que se evalúan sus implicaciones y sus problemas. Lo que nos explica un alumno implica mucho más de lo que indica el contenido literal.
Atención, análisis y contraposición. Retener lo dicho echando a faltar lo no dicho, comparar discursos y estilos. La comparación es el principio de la comprensión. Buscar similitudes y diferencias. Preguntar porqué y analizar entre todos las respuestas.
Escuchar no es distinto de leer, es un cambio de código. El que sabe escuchar leerá y viceversa. Es un hábito, sin ignorar el aprendizaje previo. La atención es compromiso. El niño que no atiende es que siente que hay muchas cosas y aún no se ha comprometido con ninguna. O peor, esperan que los demás se comprometan con él. Saquémoslo de ahí.
Si antes de cierta edad ha aprendido a elegir y comprometerse, aprenderà en poco tiempo lo que ahora utilizamos años en intentar enseñarle contra su compromiso. Pero para conseguir su compromiso, tu mensaje ha de ser prometedor y claro.
Si llegas a una escuela para hacer una sustitución y te toca enseñar la Revolución Francesa puede que no estés muy ducho en ella. Mejor que intentar dar el pego tal vez sea preferible admitirlo y liderar una investigación. Tomarla como si fuera un «caso reabierto». Mostrar que no conociéndola al detalle sabes hacer las preguntas adecuadas.
¿Qué sabemos entre todos?
¿De qué trata en general?
¿Qué esquema le podríamos aplicar?
¿Qué preguntas hacer en cada apartado?
¿Qué significa para nosotros?
LEER
Encontrar información no era fácil hace treinta años. Ahora, sí, si ya sabes qué buscas y qué quieres. Leer exige buscar, querer algo. Y exige tanto o más compromiso que escuchar. Llega un momento en que el compromiso es algo que hemos incorporado a nuestra vida, que la conforma.
Lo sacamos de dentro, no de fuera. Los niños no están aún en esa etapa. Empiezan a enterarse de qué va la vida en general y de qué puede ir la suya. Muchos vienen muy preparados y dispuestos, a otros hay que mostrarles que pueden vivir de verdad, que significa tomar iniciativas y compromisos y superar esa etapa semivegetal que todos pasamos y que a algunos se les alarga demasiado por falta de riego.
Una librería infantil contiene infinidad de reclamos. Una biblioteca de aula podría ser así. Hasta los ocho o nueve años la edición para niños que hay ahora mismo podría explicar el mundo en su totalidad o casi. El dinero que gastamos en libros de texto podría optimizarse y magnificarse con ese saber acumulable.
El maestro seria un creador de iniciativas y compromisos, un guía un soporte de lectores. Levantar una cuestión y lanzarse a buscar lecturas. Convencerlos de que «por sus lecturas les conocerán» y ponerlas en valor con toda clase de debates. Sí, señores, las lecturas sirven además de entretener.
Para qué vamos a levantar muros entre esos dos mundos, la utilidad y el entretenimiento. ¿O es que no citamos en nuestras batallas profesionales las lecturas que nos han entretenido? ¿De dónde sale el mundo de las citas?
A partir de los diez o once años, la edición para niños y jóvenes, creo, empieza a flaquear. Estamos cerca de la secundaria y el libro de texto nos empieza a parecer la solvencia personificada. Creo que nos equivocamos. Y repito, no me parece que sea casualidad que los índices de lectura bajen con la adolescencia.
En ella se ha consumado la brecha sociológica y
nuestros prejuicios no ayudan
¿Se imaginan esos cientos de euros por persona y año de los «textos» destinados a producir adaptaciones literarias de múltiples niveles, divulgaciones y ensayo para jóvenes (no sé si existe el género pero habría que inventarlo) para leer y discutir desde los diez a los quince años?
Ése sería un territorio de todos y para todos en el que germinarían mucho mejor las vocaciones.
¿Creen que si los libros de verdad (no «de texto”) crecieran con los jóvenes éstos los abandonarían tan pronto?
¿Que se cansarían de leer?
¿Que aburrirían los libros?
No sería culpa de éstos. Lo sería de autores y editores. Los alumnos se habrían reconvertido en público y demandarían cosas. El maestro estaría para que no fueran banales y para que las lecturas se parecieran cada vez más al mundo y los alumnos se dieran cuenta.
¿Literatura de evasión?
¡Por Dios! La imaginación está en el mundo,
forma parte de él y nadie se «evade» en realidad
En fin, sigamos hablando.
DIALOGAR
El que tiene mucho necesita invitar. El que ve mucho necesita explicar. El que sabe mucho necesita exponerlo. Sólo hay que prevenir el narcisismo. Todos hemos de tener, ver y saber mucho. Y el todo es siempre mucho más grande que nosotros. Eso ya es una asignatura: la del diálogo.
Discutir la realidad de lo que se ha visto, la certeza de lo que se sabe y el valor de lo que se tiene. En el diálogo todos estamos igual de inermes. Del diálogo todos aprendemos. Y tarea del profesor es no matarlo. Ha de tener en cuenta muchas cosas. En el diálogo nadie es más que nadie y la valía se juega en cada intervención. También el maestro la ha de demostrar.
Si lo que se dice es cierto, hay que asegurar que no sólo lo parezca. Si es importante, nunca será suficiente. Nadie concluye un diálogo, sólo el tiempo, la necesidad social o el acuerdo. Concedámosle al maestro el control del tiempo y la necesidad social. Si lo que se dice es un error también habrá que demostrar que no sólo lo parece.
Hasta lo más aparentemente impresentable tiene conexiones con el infinito. No podemos perdernos en ellas, pero tampoco podemos despreciarlas (ahora mismo recuerdo mi post La atención que no presté).
Es difícil evaluar el diálogo, pero hay indicios para hacerlo. El portafolio que el primer trimestre estaba vacío y de golpe empieza a llenarse en el segundo puede indicar que un cerebro está empezando a florecer.
Un bloc de lecturas que al principio apenas contenía el título del libro que se estaba leyendo, de pronto se ilumina con citas y preguntas o anotaciones de ideas. Un niño que no preguntaba y en el que casi no habías reparado.
El diálogo ha de venir estructurado. Las lecturas han sido sobre algo y el profesor recoge los frutos con preguntas organizadas. Preparar las clases también será ordenar las preguntas con que dará estructura al diálogo.
Leer habrá dado argumentos a los alumnos y eso dependerá mucho del trabajo de los autores y los editores. El papel de éstos no es darles la pedagogía hecha a los maestros sino encender la mente de los niños para que el maestro estructure y ordene el discurso colectivo.
Y del orden y estructura del diálogo los niños o los jóvenes pueden sacar sus primeros ensayos (¿medio folio? ¿un folio o dos?), tal vez el esbozo de un libro individual o colectivo.
COMPRENDER… TAL VEZ
Releo a veces libros y me doy cuenta de que
apenas comprendí nada en su momento
Mi ánimo y mis preguntas han cambiado. La mente vive en un mundo que aún no entendemos bien. Sabemos de deseos y de frustraciones, en eso estamos fuertes. Pero entender el mundo es una tarea, no un estado de ánimo. Aunque no la podemos separar de nuestros deseos y frustaciones.
Es distinta pero la hacemos con ellos puestos. Por eso a veces pienso que los humanos primero deseamos y luego argumentamos y normalmente encontramos argumentos para justificar cualquier deseo. Por eso la vida se hace escuchando, leyendo y dialogando.
Es la única manera de salir de nuestra ciudadela interior y percibir. Y hacerlo recurrentemente nos acerca cada vez más a la realidad exterior. Y cuando tenemos la sensación de comprender necesitamos comunicarlo para acabar descubriendo que nuestra comprensión era imperfecta. Por eso me parece que trabajar con libros de texto refuerza nuestra tendencia a sobrevalorar «la materia» e intentar penetrar en los alumnos para recibirles sólo en momentos fijos y puntuales, sean exámenes u otra cosa.
Es lo más parecido a la universidad a distancia que practican los adultos. No creo, sinceramente, que puedan crecer mucho así. Sin duda algunos lo harán a pesar de nosotros. Estamos encantados con los alumnos que preguntan con inteligencia, pero difícilmente advertimos que eso no se lo hemos enseñado nosotros y no está claro que les venga de nacimiento.
O no todo. Los que no aprendieron a cuestionar, a desear saber o a estar inquietos con su mente en su casa no tendrán otro sitio que la escuela donde hacerlo. Quizá ése será nuestro principal trabajo.
«La materia» vendrá luego más demandada,
no introducida
POSTDATA
Me releo a mí mismo y, a menudo, me encuentro entre místico y cursi. Qué se le va a hacer, perdónenme. Todo lo que he dicho no me aseguraría a mí mismo encarar una clase con éxito. Lo sé, me ha pasado. Pienso y busco. Creo que siempre hay alguna forma de hacerlo mejor y comprender.