ERES UN TEJEDOR DE ALAS

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Está mal visto generalizar. Sin embargo, me atrevería a afirmar que todo el mundo quiere volar. Hay quienes tienen miedo. Hay quienes no respetan su tiempo y despliegan sus alas sin haber desarrollado su plumaje. Hay quienes cuando se deciden, comprueban que su destino desapareció hace tiempo. No importa el caso, lo crucial es que la posibilidad de volar existe. Es cuestión de… ¿querer?

Mucho se ha hablado, se habla y se hablará sobre la motivación. Existen numerosas teorías que tratan de explicarla, densos libros dedicados a ella, conferencias o expertos en la materia. Y actualmente en el mundo de la educación es (o debería ser) el Santo Grial. No obstante, aún es fácil encontrar casos en los que los padres o educadores recurren al famoso «cuando uno no quiere no hay nada que hacer». Yo lo hacía hasta hace relativamente poco.

Los entendidos en la materia categorizan la motivación como algo casi exclusivamente intrínseco, considerando la motivación externa importante, pero en muchos de los casos un mero estímulo: premio o castigo principalmente.

Desde el enfoque neurocientífico, esta visión cambia considerablemente. Cuando somos educadores, bien de nosotros mismos, de nuestros hijos, de una clase o de un séquito de estudiantes online hemos de tener en cuenta lo que se conoce como el Sistema de Recompensa Cerebral, muy vinculado a la motivación.

Podríamos dividir el aprendizaje en encontrar destino de viaje, el aprendizaje del vuelo y la llegada.

Si un destino llama mi atención provocará mi atención continuada y despertará mi curiosidad. Quiero visitarlo. Ese será el primer paso para lanzarme a ese desafío motivador. Cerebralmente, la liberación de la dopamina, principio del placer hace esto posible. De hecho, en casos de TDA son frecuentes los niveles bajos de este neurotransmisor. Como educadores, estamos ofreciéndoles un objetivo seductor y las plumas para que, mientras no apartan la vista de ese destino, vayan preparándose para el reto.

Cuando ese destino me atrae, comienzo a hacer intentos de llegar allí, descubrir nuevos cómos, experimentar. Empiezo a alzar mis alas y a aprender a volar. Es muy importante aquí que como facilitadores les demos un reto alcanzable. En este paso de resolución liberamos adrenalina y noradrenalina, relacionados con el entusiasmo y la autoconfianza.

Si el objetivo es demasiado exigente y produce desequilibrio entre desafío y recursos, provocará en quien aprende una mayor producción de cortisol, hormona del estrés, afectando al organismo y al cerebro. Muchos estudiantes no consideran tener recursos y ser competentes. Es función nuestra fomentar una percepción más real de ellos mismos.

Finalmente llego a mi destino, viendo que soy capaz de conseguir mi desafío. No puedo sentir más placer, felicidad o satisfacción. Todo ello gracias a la serotonina. He expandido un poco más mi ser, mis posibilidades, mi visión de mí mismo. Por tanto, querré repetir.

Por supuesto que hay, desarrollado o por desarrollar, un alto grado de motivación en el aprendedor. Sin embargo, los educadores podemos multiplicarla mediante el estímulo. Será esencial primero creer en él, verlo y ver lo que puede llegar a hacer y proponerle retos acordes.

Un aprendedor querrá volar siempre que el desafío planteado involucre sus sentidos, promueva más de una posible resolución o apele a sus diversas inteligencias. ¿Por qué no utilizar la infinidad de herramientas y recursos posibles hoy para no solo avivar la curiosidad por el aprendizaje sino también el afán por repetir?

Tú no lo sabes aún, pero tejes alas. Esos aprendedores quieren sentirse capaces de conseguir grandes cosas. Por supuesto que lo harán, o deberían, por sí mismos. No obstante, no te limites a creer en ellos. Dales un destino y las plumas para facilitar que emprendan su vuelo. Y sé testigo de ello. Muchas veces.

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