Entrevista a Victoria Camps ha sido un sueño hecho realidad. Hoy tengo el privilegio de poder entrevistar a Victoria Camps, una de las grandes filósofas españolas del presente. Ha sido vicerrectora, profesora y catedrática de ética de la Universidad Autónoma de Barcelona. Autora de una extensa obra, destacamos algunas de ellas: La imaginación ética, 1983; Virtudes públicas, 1990, (Premio Espasa de Ensayo); Paradojas del individualismo, 1993; Los valores de la educación, 1994; y sus últimas obras han sido: Creer en la educación, 2008; El gobierno de las emociones, 2011 (Premio Nacional de Ensayo, 2012); y Breve historia de la ética, 2013.
Victoria Camps se inserta en la tradición ética de la filosofía española -tan necesaria en nuestra convulsa autoconcepción histórica-, y prosigue la herencia intelectual de José Luis López Aranguren y José Ferrater Mora. En su quehacer filosófico podemos distinguir tres características: ha destacado por la defensa del papel de la mujer en la vida política, denunciando su exclusión de la misma; la convicción en el Estado del bienestar como un valor a defender frente a la concepción liberal que pretende reducir el Estado al mínimo; una activa defensora de la democracia participativa y de una ética que contribuya a la formación de la ciudadanía1.
En 2008 se le concede el XXII Premio Internacional Menéndez Pelayo «por su magisterio filosófico y la influencia moral de su pensamiento tanto en España como en América».
También cabe destacar que fue senadora, participando como independiente -en coherencia con sus ideas políticas-, por el Partido de los Socialistas de Cataluña entre 1993 y 1996.
Victoria Camps tiene esa capacidad de síntesis y claridad que distinguen a los que dominan profundamente un ámbito o una disciplina. Y representa esa valiosa tradición ética de la filosofía española, que tantos nombres propios ha dado a nuestra cultura (José Luis Aranguren, Javier Muguerza, Fernando Savater, Javier Sádaba, Adela Cortina, Amelia Valcárcel, y nuestra imprescindible Victoria Camps -por citar algunos de ellos-). Es más, nuestra joven democracia en términos históricos, le debe un reconocimiento a esa tradición ética que, desde diversas perspectivas, ha estimulado la profundización de esa palabra griega que sostiene la realidad como convivencia.
Dada la amplitud de las temáticas que podía abordar (limitándome a diez preguntas), he elegido una línea donde se pueda comprender, en algunos aspectos, su obra y biografía: un diálogo donde la educación, el papel y función de las emociones, la ética en el discurso actual, cierta tradición filosófica afín, el compromiso político y su desencanto o no, la filosofía política, la historia de España y su devenir moral, y esa actualidad urgente desde su mirada matizada, estuvieran presentes.
Ha sido, personalmente, un lujo poder conversar con Victoria Camps. Pero no hay placer, lo sepamos o no, que sea solitario: disfruten con la lectura.
Entrevista a Victoria Camps
1. En su obra, Creer en la educación, Península, Barcelona, 2008, propone tres razones por las cuales es necesaria la educación cívica: el ser humano es inacabado; el ser humano debe ser educado para la libertad; y las insuficiencias de las leyes para regular la vida colectiva. Hecha esta introducción para nuestros lectores: ¿podría desarrollar estos tres argumentos para comprender el porqué de una educación cívica?
Por educación cívica hoy debemos entender educación moral. Los valores cívicos son, a mi modo de ver, el mínimo común ético que todo ciudadano debería adquirir para aprender a convivir en una democracia. Esos valores no se adquieren si no hay una educación específica que se lo proponga. Nadie nace siendo cívico: hay que enseñar a serlo. Por otra parte, las leyes no bastan porque, cuando no hay actitudes cívicas, las leyes se incumplen sistemáticamente. Por último, educar en el civismo significa enseñar a utilizar la libertad con responsabilidad. Estas son las tres razones por las que hay que creer en la educación y que, como dice muy bien, están desarrolladas en mi libro.
2. Siguiendo con temáticas de esa obra, quisiera abordar uno de esos términos llenos de prejuicios ideológicos: el esfuerzo. Afirma: «la educación de los últimos años no ha sabido trasmitir el valor del esfuerzo«; desde esta conclusión: ¿cuáles son las razones fundamentales de este diagnóstico sobre el fracaso en la transmisión del valor del esfuerzo en nuestra sociedad?
Creo que una mala concepción de la pedagogía. La idea de que en la infancia cualquier tipo de imposición es traumática y hay que evitarla. O de que lo que hay que conseguir es que el niño despliegue toda su potencialidad sin preguntarse previamente si hay elementos que deben ser corregidos. Educar es dirigir, orientar. En sentido literal, extraer de la persona lo mejor que lleva dentro. El educador debe tener criterio para discernir qué es “lo mejor” y actuar en consecuencia, reprimiendo lo que no es bueno y no debe ser cultivado. No valorar el esfuerzo como un valor que el niño debe adquirir, está cerca de admitir que todo vale.
3. Es sintomático que la responsabilidad nunca esté de moda. En el capítulo, «La educación subrogada«, hace una distinción y análisis muy interesante de las diferentes responsabilidades de los agentes educativos: escuela, familia, contexto social y medios de comunicación, ¿qué responsabilidades y finalidades diferentes tendrían cada uno de esos agentes?
Es cierto, la responsabilidad, en nuestro tiempo, ha quedado reducida a la responsabilidad jurídica, no al deber de cada uno de responder de lo que hace. En cuanto a las responsabilidades educativas que deberían asumir los distintos agentes sociales, es evidente que la mayor parte les corresponde a la familia y a la escuela, pero los demás sectores que también influyen en la socialización de las personas –el más destcable es el de los medios de comunicación- han de asumir igualmente una cierta responsabilidad.
4. Ha escrito una obra, reconocida con el Premio Nacional de Ensayo en el 2012, que recomiendo a todos nuestros lectores: El gobierno de las emociones, Herder, 2011. Aborda la complejidad de las relaciones entre razón y emoción, que la modernidad separó drásticamente en el nacimiento del sujeto cartesiano. Todos recordamos el error de Descartes que A. Damasio analizó desde una perspectiva neuropsicológica. Usted hace una crítica oportuna de un nuevo exceso: el posible reduccionismo emocional, que es necesario recordar para la comunidad educativa. Hay un rousseanismo ingenuo -esa creencia de que todas la emociones son buenas, naturales, y que sólo debemos dejar que libremente se desarrollen y manifiesten en el sujeto-, que puede ser tan peligroso como el ignorar el mundo emocional en la tarea de enseñanza-aprendizaje -el reduccionismo racional-. Aún así, esa falsa división sigue latente en muchos ámbitos: ¿qué significa e implica gobernar nuestras emociones?
Dos cosas: que el sentimiento es necesario para actuar, y que no cualquier sentimiento es adecuado para la convivencia, que es lo que exige de nosotros la ética o la democracia. Gobernar las emociones implica considerar la función de los sentimientos en la acción moral y, por lo tanto, no reprimirlos por sistema. Implica también reconocer la función de la razón en cuanto tiene la capacidad de discernir entre las emociones adecuadas e inadecuadas, tanto para la formación de la personalidad moral, como para la vida en común. Todas las emociones (y los sentimientos que derivan de ellas) son ambivalentes. El miedo, la vergüenza, la ira, pueden ser convenientes o no para el desarrollo moral de la persona y para la mejora de la democracia. En eso radica el gobierno de las emociones, en llegar a saber qué emociones deben ser cultivadas o desechadas.
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5. Para todos aquellos que quieran tener una síntesis de la reflexión ética en Occidente, ha escrito una de esas obras imprescindibles que, muchas veces, se afrontan desde la experiencia personal y filosófica: Breve historia de la ética, RBA, 2013. Y permítame un juicio comparativo: superior a la de Alasdair MacIntyre, con la que tantos nos hemos introducido en la filosofía moral. Un ejemplo de que se escribe filosofía en español, en este caso de perspectiva histórica, con una calidad extraordinaria. Quisiera enfrentarle a una impresión personal de la reflexión ética en nuestro mundo actual: ¿no hay una saturación ética que esconde otras problemáticas que quieren solaparse con el necesario discurso moral? ¿Puede, a veces, ser cómplice de una opinión pública carnívora que está demandando su parecer, el de la ética, sea necesaria o no?
Tal vez haya una saturación ética, un abuso de la palabra, en el discurso público. Pero no parece que las conductas de las personas estén saturadas de valores éticos o morales. Si fuera así, no habría tanto corrupto y habría más cooperación social. El horizonte de los principios éticos es imprescindible. De hecho, es el que configura los principios constitucionales de un estado de derecho. La incoherencia entre lo que suscribimos en teoría y lo que luego hacemos pone de relieve la necesidad de hablar de ética que no es otra cosa que mostrar esta incoherencia.
6. Ahondando en su biografía intelectual, se inicia en la tradición analítica, y me valgo de esa memoria para abordar a uno de los grandes filósofos del s. XX: Ludwig Wittgenstein -hago también un breve homenaje a uno de mis maestros de la Facultad de Oviedo, aún en activo, Alfonso García Suárez, traductor y uno de los grandes especialistas mundiales en la filosofía del genial austríaco, y con el que empecé a leer sus textos-. En toda la filosofía de Wittgenstein existe una tensión ética que hace que lo que analiza sea, siempre, un necesario preámbulo de lo verdaderamente importante; estas dos preguntas entrelazadas quieren recorrer -sin referirme a lo místico del caso de Wittgenstein-, ese vínculo entre pensamiento y vida: ¿hasta dónde llega e influye ese análisis que llamamos ética en nuestra vida cotidiana? ¿No hay un bucle irremediable entre lo que pensamos y lo que somos, que ha sido olvidado por una deriva abstracta -tan bien señalada por Javier Gomá- de la tradición filosófica?
Es posible que la deriva abstracta haya tenido esa consecuencia, pero me temo que es inevitable hacer filosofía –o teoría- sin abstraernos de lo concreto. Creo que la ética, o filosofía moral, puede ayudar a formar el carácter o la personalidad moral, pero no es suficiente para conseguirlo. Como decía Aristóteles, las virtudes se adquieren practicándolas, la ética es un saber práctico. Conocer la teoría no es condición suficiente para la integridad moral. Más que echarle la culpa a la abstracción filosófica, pienso que la filosofía ha reflexionado poco sobre la cuestión de la motivación moral. Yo he intentado hacerlo en El gobierno de las emociones. No sé si he acertado en el análisis.
7. En un momento de su vida el compromiso político a través del PSC- PSOE, le llevó a trabajar durante tres años, 1993-96, en primera línea activa como senadora. Analizando su trayectoria, me venía a la mente: Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política, Taurus, 2014, un libro lúcido y desencantado del pensador Michael Ignatieff, ex-líder del Partido Liberal de Canadá, que abandona la política activa después de su derrota electoral en el 2011: lúcido porque combina pensamiento y experiencia directa, algo no tan usual; desencantado, porque es el relato de su vuelta de Siracusa, sin caer en un pesimismo paralizante. Hay un fragmento que ilustra su intención: «Espero que las cenizas de mi experiencia sean esparcidas en algún jardín. Espero que lo que he aprendido en los cinco años que he pasado en ese mundo llegará a aquellos que una vez fueron niños como yo, recitándose a sí mismos pequeños discursos de camino al colegio, a aquellos que soñaron con alcanzar la gloria política y de adultos recrearon los sueños de su niñez. Todo aquel que ama la política —y yo aún la amo— quiere animar a otros a que vivan sus sueños, pero también quiere que entren en la batalla más preparados de lo que yo estaba. Quiero que sepan —que sientan— lo que es tener éxito, pero también lo que es fracasar, para que no tengan miedo de ninguna de las dos cosas.«2. Admitiendo que ningún contexto es igual: ¿qué ha aprendido de su experiencia política? ¿Es el desencanto la estación final del compromiso político, o no lo es necesariamente?
He leído el libro de Ignatieff y estoy de acuerdo con el párrafo que cita y con la mayoría de las apreciaciones que hace. Mi experiencia política fue mucho más modesta que la de Ignatieff, que intentó ser presidente del gobierno. En mi caso, y desde un punto de vista estrictamente personal, la experiencia fue buena porque me dio la oportunidad de contemplar desde la distancia corta cómo se desenvuelve la política. En este sentido, me considero privilegiada por haber podido participar. Es cierto que una ve los vicios de la política cuando está más cerca, ve sobre todo las deficiencias de los partidos políticos. También se ven las dificultades para hacer lo que a cada uno en particular le gustaría hacer. Pero, como Ignatieff, no he dejado de amar la política que, como todo lo que hacemos, nos pone ante los límites de la condición humana y nos obliga a establecer prioridades.
8. Hay un fragmento muy ilustrativo en su obra, Virtudes públicas, que quisiera recordar: «La justicia -los derechos de la igualdad y la libertad- es ese telos o fin último hacia el que debería tender la sociedad democrática y no puede reducirse a una cualidad o modo de ser de los individuos«3. Esa justicia ha de estar concretada mediante las virtudes de la solidaridad, la responsabilidad y la tolerancia. Luego suscribe, con reparos, la profesionalidad. Lo hace en un recorrido interesante y ameno donde alterna lo histórico y lo sistemático, destilando su propuesta. Para que nuestro lectores puedan tener una visión sintética de su filosofía moral y política en esa obra: ¿cuál es la relación que esas virtudes públicas tienen con esa virtud prioritaria en su perspectiva: la justicia?
Siempre la justicia ha estado en el núcleo de la ética pública. Cada vez lo está más, lo cual es bueno, significa que avanzamos (con muchos tropiezos, eso sí) en el camino hacia una mayor igualdad entre los humanos. Hoy la teoría ética tiene claro que el sujeto de la justicia son las instituciones públicas, los poderes del estado. A ellos les corresponde hacer justicia, pues los individuos no tenemos capacidad para corregir las injusticias. Esa es, por ejemplo, la tesis de John Rawls. Ahora bien, en tanto ciudadanos, los individuos tienen la obligación de cooperar hacia un mundo más justo. Ahí entran las virtudes de la solidaridad, la tolerancia, y el ejercicio profesional si éste incluye la responsabilidad ante el bien común.
9. Su maestro José Luis L. Aranguren, autor fundamental para entender la tradición ética en nuestro país, es importante para comprender su trayectoria. Partiendo de la famosa distinción de Aranguren entre moral vivida y moral reflexionada: ¿cuál es su perspectiva sobre la evolución moral de nuestra democracia, desde su inicio hasta ahora, a nivel colectivo? ¿Qué hemos perdido y qué hemos ido adquiriendo en esa complejidad de nuestra historia moral democrática?
Creo que la pregunta anterior ya responde un poco a esta cuestión. Soy optimista porque pienso que la humanidad ha ido progresando hacia una concepción de las relaciones humanas más justa. Basta ver la evolución de los derechos humanos, desde el siglo XVI hasta hoy. Tenemos más principios comunes, hay más democracia en el mundo, somos más críticos con respecto a las discriminaciones y desigualdades. Otra cosa es que podríamos avanzar más rápidamente y no lo hacemos. Y deberíamos ser más lúcidos para corregir nuestros errores. De nuevo, la condición humana es la que es. Por eso no conviene bajar la guardia de la reflexión ética aunque ésta siempre esté lejos de la moral vivida.
10. Terminando no puedo dejar de preguntarle por nuestra situación actual: la crisis de fundamentos en que está sumergida nuestra joven democracia. Existe un peligro inmediato: confundir su diagnóstico, creyendo que sólo es coyuntural, y que un nuevo ciclo económico positivo puede dejarla atrás definitivamente. Quizás Bertrand Russell tenía razón: «Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas.» Desde su análisis: ¿cuáles son los principales problemas de la actual crisis de fundamentos de nuestra democracia, si está de acuerdo con esa expresión?
No creo que sea crisis de fundamentos, sino consecuencia de la falsa creencia de que tener instituciones y reglas democráticas es condición necesaria y suficiente para que la democracia funcione. No, una sociedad decente requiere la colaboración constante y sostenida de todos los ciudadanos, los que directamente se dedican a la política y los que hacen política a través de su actividad cotidiana, consintiendo, haciéndose cómplices o exigiendo más coherencia a los agentes políticos. Acabamos de tener unas elecciones municipales y autonómicas cuyo resultado permite augurar un cambio en la manera de entender y hacer política. Pero, insisto, debe ser una exigencia de todos.
Gracias a Victoria Camps por sus respuestas. Y también, por la amabilidad con la que ha tratado en todo momento al que escribe estas palabras. Debemos volver a lo esencial en nuestra cultura acelerada. El riesgo de lo importante es que, convirtiéndose en obvio, dejemos de pensarlo adecuadamente. La necesidad ética tiene muchos nombres; por ejemplo, necesidad educativa. Algo que implica a todos los agentes de una sociedad: nadie está por encima o más allá de ella. Sí, educación, moral y vida son una tríada entrelazada que nos define siempre, individual y colectivamente.
El renovador de la historia de la filosofía, Pierre Hadot, escribió: «Es verdad que Sócrates es un apasionado de la palabra y del diálogo. Pero lo que quiere, con la misma pasión, es mostrar los límites del lenguaje. Como toda realidad auténtica, la justicia no se puede definir. Esto es precisamente lo que Sócrates trata de que su interlocutor comprenda para invitarlo a «vivir» la justicia. El cuestionamiento de los alcances del discurso conduce, de hecho, a un cuestionamiento del individuo que debe decidir si tomará o no la resolución de vivir de acuerdo a la conciencia y a la razón.«4. La filosofía nace como una forma de vida, o sea, como cuestión educativa. Algo que hemos olvidado en nuestra cultura occidental -las razones, seguramente, son más complejas que las que analizó el maestro francés-. Una de las tareas de la filosofía del presente, es explorar esa galaxia del aprendizaje que es nuestra sociedad de la información. Leer y conversar con Victoria Camps nos devuelve a la matriz moral de nuestra vida. Sin mayúsculas, pero con esa responsabilidad que nos debería definir. Gracias desde INED21, maestra.
1 Wikipedia, Victoria Camps
2 pág 14, Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política,Taurus, 2014
3 pág 31, Virtudes públicas, Espasa Calpe, 1990, Premio Espasa de Ensayo 1990
4 pág 46, Elogio de Sócrates, Textos de me cayó el veinte, 2006, México
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