ENSEÑAR A AMAR

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AMAR

Empezaré rompiendo con el título. En realidad no se enseña a amar. Basta con no desmotivar el amor. Tal vez reparar, restaurarlo. Y no es fácil.

Recuerdo un entrañable anuncio televisivo en que un bebé se acercaba al televisor y ofrecía su chupete a la imagen de niños africanos acuciados por una hambruna. Con empatía se nace. Y si no tenemos una patología que hay que tratar. Pero ¿qué nos afecta como maestros en todo esto?

Todos los años nos vemos ante casos de celos, envidias, inquinas, conspiraciones y acoso. El maestro, en solitario, algo puede hacer pero no puede hacerlo todo. Depende de una buena coordinación de familias, escuela y, en último caso, asistencia social. ¿De qué sirve una red de infraestructuras potente en un país con una sociedad débil, insegura, desconfiada, con muchas limitaciones culturales y competenciales?

No está claro que vivamos

en un país con proyecto

Si empezamos por las familias, la formación de una cultura de pareja sana debería ser prioritaria. En ella se resumen todos los amores del mundo a los que la escuela no puede ser ajena. El amor entre padres inducirá los amores filiales, fraternales, sociales y profesionales. El amor a la humanidad como unidad. El amor a la lengua, a la belleza del número, de la naturaleza, del arte y la sociedad. El amor al universo como trascendencia divina. El amor a haber nacido.

Cada conflicto escolar

es un problema de amor desatendido

Y en todo ello, se cruza el nacimiento de la sexualidad desde los doce años, la lógica genética que hemos de saber armonizar con la lógica cultural. La empatía «genética» del bebé que comparte su chupete no debiera perderse en el período familiar. Pero la escuela puede hacer mucho para reparar. Ningún currículo debiera entrar en conflicto con necesidades tan imparables como las de la adolescencia.

Porque son sociales, naturales, lingüísticas y expresivas, aunque no se dejen cuartear en disciplinas académicas. Los jóvenes que encuentran maestros dispuestos a hablar de todo y a meterse en las selvas reales de la condición humana aumentan su confianza y su seguridad sin dogma. El amor se fundamenta en ellas. Los jóvenes que comparten sus miedos, sus razones, sus laberintos mentales y aprenden a salir de ellos juntos, van dejando de ser objetos de deseo superficial unos para otros.

Una exploración desacomplejada y en común de los conceptos de matrimonio, enamoramiento, participación, compromiso, paternidad, autenticidad… rebajar el peso del romanticismo en el amor y aumentar el de la evolución personal, la sinceridad, el respeto y la maravilla del interés renovado por la pareja… en ese ambiente los hijos cultivarán y renovarán su capacidad natural para la empatía y la curiosidad vital, tal vez los alter-ego de eso que llamamos amor.

Y no hay que «curricularlo» en absoluto. Hay que estar atentos y relacionarlo con todas las disfunciones escolares que suelen producirse. Cada conflicto escolar es un problema de amor desatendido y una oportunidad. Es de esos «saberes» en que el mismo claustro, y toda la comunidad escolar, de hecho, progresa simultáneamente con los niños y jóvenes. Lo aprenden mucho mejor si lo ven en movimiento y en ejemplo y lo viven con todas sus contradicciones. También las de los adultos que se lo toman tan en serio para sí mismos como para promoverlo en clase.

Genéricamente a los doce años e intensamente hacia los dieciséis, de manera que el machismo se haga impensable. ¿Qué importancia tiene al lado de eso la estructura del comercio internacional o la operación con polinomios?

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