Emociones universales

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Emociones universales. Desconozco si usted, apreciado lector, acierta a señalar alguna de las razones que motivan la organización de un congreso académico. Quizá la más notable sea el simple intercambio de opiniones y reflexiones entre profesionales de la Educación… o quizá no. En este sentido, hace unos meses tuve la enorme suerte de conversar con un buen amigo y una de las plumas más productivas de las Ciencias de la Educación: el Dr. José Fernando Calderero, Ilustre Decano de la Facultad de Educación de UNIR.

emociones universales

Cuando uno tiene el privilegio de dialogar con José Fernando dos cosas son inevitablemente observables: la primera, sus ojos despiertos y humildes; la segunda, la imposibilidad de mantener una discusión superior a dos minutos sin ser interrumpidos por ingentes hordas de afectivos amigos y compañeros que lo acorralan y reclaman (y es de justicia que así lo hagan). Lo que en modo alguno esperaba, en aquellos dos minutos de sensatez (en cualquier caso, honesto es decir que no doy para muchos más) fue su interpelación:

“Manuel,

me gustaría conocer tu opinión crítica sobre esto”

Asociado al comentario, un excelente artículo de Santiago Barrero donde el autor explicaba, con sobresaliente rigurosidad, conceptos tan complejos como emoción o razón aplicados a la Educación. “¡Difícil tarea la que encomiendas, amigo!” –Respondí–

Explicar en estos cuatro párrafos qué son emociones universales o sentimientos y la influencia que tienen en la educación de los niños en edad escolar, sería pretencioso además de una inalcanzable tarea reductivista.

De lo único que podemos estar seguros es de que la adquisición consciente de cualquier tipo de conocimiento siempre va a ir asistida por una cascada de emociones universales y sentimientos. Cualquier variación en el medio interno tendrá su respuesta externa, del mismo modo que cualquier actividad a nivel central modificará la actividad periférica.

Para Antonio Damasio, las neuronas son sensibles (o “irritables”, como lo denomina él) a cualquier tipo de señal procedente de los otros 203 tipos de células que componen el cuerpo humano. La información externa (como consecuencia de los cambios en el medio intracelular) es percibida, elabora y almacena en forma de imágenes por nuestro cerebro, siendo los sentimientos la otra cara de esa misma interocepción.

Cuando el niño experimenta, analiza, reflexiona, adapta… desencadena sistemáticamente estas cataratas de emociones universales, que son compartidas e interpretadas por su grupo de pares y por él mismo.

La neurociencia afectiva ha acotado con mucha precisión qué mecanismos, estructuras y “circuiterías” neuronales organizan estas respuestas emocionales. Lo que (hasta la fecha) tenemos menos claro es qué procesos cognitivos están directamente implicados en la interpretación y en el desarrollo de estrategias individuales de afrontamiento de los eventos vitales que las modulan o cómo interaccionan todas esas estructuras entre sí.

Algunas emociones están fuertemente asociadas a valencias afectivas, otras incrementan su intensidad durante la búsqueda o mantenimiento de estatus social. Sin embargo, las más relacionadas con el proceso de enseñanza-aprendizaje podrían ser las que se asocian a los reforzadores y su intensidad.

Edmund Rolls (2005), elaboró un diagrama donde señaló cómo la presentación de reforzadores se relacionaba con emociones universales de placer y alegría, mientras que los castigos lo hacían con emociones universales de aprensión y miedo.

Pero por encima de estas relaciones, obvias para muchos de nosotros, señaló la importancia que la omisión de un “reforzador esperado” (i.e.: omisión o extinción del refuerzo positivo) se relacionaba con emociones universales de frustración, hostilidad y rabia.

Quizá gran parte de la baja tolerancia a la frustración, la agresividad o las respuestas de evitación que observamos en algunos de nuestros alumnos sea resultado de la inconsistencia en el manejo de los reforzadores idóneos para cada ocasión.

Por ello dedico el tiempo necesario en mis clases a que los futuros maestros y profesores comprendan la relevancia de una óptima gestión de las contingencias del refuerzo en el aula.

Sin duda, olvidar el sustrato biológico que hace posible el aprendizaje es un terrible error, aunque también lo es considerarlo aislado de todas las dimensiones que envuelven al ser humano que el niño “es” en este mismo momento y no el proyecto de ser humano que “será”.

Un investigador experimental (como soy yo) requiere muchos “dos minutos” de sensatez cualitativa para no desviar el rumbo y olvidar que lo datos empíricos moleculares explican aspectos moleculares, pero que la realidad se esconde en el análisis molar de los efectos observables. Decía Albert Einstein:

“La educación es experiencia,

todo lo demás es información”

Efectivamente, necesitamos conocer mucho y bien sobre cómo funciona nuestro cerebro-mente si queremos desarrollar los conceptos pedagógicos más ajustados, pero de nada (o de muy poco) sirve que lo hagamos una y otra vez a espaldas del gran protagonista del proceso educativo: ¡el alumno!

Si bien, las emociones universales básicas han sido seleccionadas por la evolución porque nos ofrecen una ventaja evolutiva en la toma de decisiones, no es menos cierto que el ser humano es mucho más complejo que una simple respuesta emocional filogenéticamente estandarizada.

No obstante, como muy brillantemente apuntaba el Dr. Santiago Barrero, ignorar una magnitud tan importante en el proceso educativo, un factor motivador tan decisivo como las emociones universales básicas o evaluativas del alumno, podría ser uno de los errores más relevantes que un buen docente debe ejercitarse en sortear.

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