Que los hombres fracasan más en sus estudios que las mujeres era y es una realidad palpable en nuestro sistema educativo, y ello se confirma en los últimos datos que ha dado a conocer hace poco el ejecutivo español. Es el eterno “no de los niños”.
La tasa de abandono de los varones es, ni más ni menos, un 74% mayor y, a pesar de la mejoría generalizada y progresiva que se observa en los resultados globales del Informe presentado, preocupa esta perenne brecha y su impacto dentro de la escuela, así como en el seno de nuestros hogares y sus consecuencias.
El abandono es algo complejo; un proceso latente con orígenes y ramificaciones diversas, no siempre fáciles de analizar. No solo es resultado final de un proceso, que es como suele venderse ante la opinión pública para demostrar el éxito o el fracaso de políticas educativas; es, sobre todo, parte de ese proceso visto como un continuo, en el sentido en que se nutre de experiencias vivenciales, dentro y fuera de la escuela, experiencias que no salen a relucir en la galería mediática porque son ensombrecidas por los mensajes más ampulosos. Y lo otro, no vende.
El no de los niños: realidades construidas
Si nos adentramos en el día a día de un centro educativo de cualquier punto de nuestra geografía, encontramos que los varones, frente a las mujeres, son de forma general los que registran mayores problemas de convivencia, unos niveles de absentismo mayor y un mayor número de expulsiones.
La desmotivación y las expectativas de estos ante lo que la educación reglada les puede ofrecer, frente a otras fuentes de interés de las que se nutren desde la infancia, los coloca más cerca de una teórica situación de exclusión social, aunque, de forma paradójica, la brecha salarial a su favor sea todavía una condición persistente en nuestro mercado de trabajo. Muy preocupante.
Pero para entender la complejidad de esta situación, hay que poner el foco en las realidades construidas tanto fuera como dentro de la escuela, y es en esa labor en donde debemos centrar nuestros esfuerzos; estas realidades edifican un mundo de mecanismos estructurales, construcciones simbólicas en torno a determinadas ideas perniciosas de liderazgos, sesgos y comportamientos que arrojan a los niños más que a las niñas a una situación de atenazamiento a la hora de continuar su camino en la educación formal, por lo que esta pasa a convertirse en algo secundario en sus vidas e incluso a desaparecer de ellas.
Los varones son también los que más incorporaciones tardías al sistema registran y también los que tienen mayor cantidad de diagnósticos de necesidades específicas de apoyo educativo; todo ese conglomerado los lleva a acumular normalmente mayor número de medidas compensatorias para suplir sus dificultades, acciones muchas de ellas que nacen precisamente para compensar el déficit y evitar ese mayor fracaso que los encadena, una y otra vez, a una mayor probabilidad de precariedad futura.
En esa línea se arrojan datos como, por ejemplo, que 7 de cada 10 estudiantes de Formación Profesional Básica son chicos, según datos del Ministerio referidos al curso 2019-2020, un nivel de estudios paralelo a la ESO al que va a parar un perfil de alumnado con alto riesgo de abandono.
Esas carencias, que la educación obligatoria no logra suplir a pesar de la universalización de la enseñanza básica, son muchas veces arrastradas desde las casas y jalonadas a través de un modelo de crianza aún patriarcal en donde sus intereses y aficiones siendo, muchas veces, muy diferentes a los de las niñas: he ahí otra brecha que nos está costando asumir y entender como sociedad.
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Violencia estructural
La violencia estructural que subyace en los varones arroja un panorama de rebeldía social que culmina en circunstancias como una mayor tasa de delincuencia en los varones, o un número considerablemente mayor de población reclusa en estos. Más datos: también los hombres juegan más a videojuegos que las mujeres y, de forma general, leen menos en todos los rangos de edad, lo que coincide con una mayor tasa de graduadas en educación universitaria.
Pero volvamos a la escuela. Lo que está claro es que las políticas educativas adoptadas jamás han abordado con seriedad este problema, que ha quedado diluido siempre en el furgón de cola de prioridades y sometido a estereotipos manidos y sin suficiente respaldo científico sobre aspectos cognitivos de los varones frente a los de las mujeres.
Medir estas diferencias es incómodo, complejo; un terreno angosto que necesita de una narrativa vivencial sobre los fracasos personales y vitales; una narrativa longitudinal que cuantifique no solo el abandono de los varones frente al de las mujeres para enriquecer estadísticas, sino que reflexione de forma crítica sobre esta realidad que hemos asumido sin más, y que conduce a situaciones de marginación que desembocan en ese eterno no de los niños: un precipicio del que, muchas veces, no son capaces de salir.