Todavía no tengo hijos pero me los imagino junto con mi pareja, con la claridad del que desea. Yo nací y crecí en México; ella, en la ya extinta República Democrática Alemana. Juntos decidimos, mirando hacia el futuro, NO enviar a nuestros hijos a la escuela; NI en México, NI en Alemania, NI en Finlandia, NI en Japón. Tampoco contrataremos a un tutor en casa, ni someteremos a los niños a un currículo escolar. Juntos decidimos, mirando hacia el presente, hacer lo que pocos se atreven… o pueden:
Confiar plenamente en
los críos
Los niños tienen una tendencia natural, un instinto de aprender. Todos los escuincles1 investigan sus alrededores como pequeños científicos, repitiendo sus experimentos una y otra y otra vez, y de paso soltando risitas o carcajadas, o llorando cuando sus descubrimientos resultan amargos (al igual que los buenos científicos). Ya desde los años 70, George Land2 expuso que casi todos los niños en edad no escolarizada son unos genios creativos y remató con que la genialidad se pierde con los años, mientras el grado escolar avanza. Por otro lado, es muy raro encontrar genios creativos adultos, a quienes –paradójicamente– se les celebra y admira, como sabiendo que su genialidad logró perdurar a pesar los estragos de la vida.
La genialidad
se pierde con los años
Diferentes métodos tiene cada sociedad para confundir a sus pequeños. Los métodos opresores más comunes que he observado en la sociedades europeas y americanas son: la ignorancia, la ridiculización, la prohibición, la intimidación, la difamación, la obligación y sus combinaciones; aunque seguro se me escapan otros más. Al otro extremo, están los métodos sublimadores como lo son la sobreprotección, la adoración, la servidumbre, entre otros que la escuela –como institución obligatoria, de horarios fijos y materiales predispuestos– aporta al trastorno del instinto natural, al aprendizaje.
André Stern en su libro “Y yo nunca fui a la escuela” expone con su ejemplo cómo un niño puede crecer sin rebeldía; porque no tiene contra quien rebelarse; puede crecer sin escándalos, porque no le hace falta atención; puede crecer sin prejuicios, porque nadie lo compara o califica; puede aprender ciencias y artes a su modo y a su tiempo, porque nadie lo presiona o lo dirige; y, tal vez, lo más importante, nos demuestra que:
Un niño no escolarizado puede desarrollarse como un
admirable ser humano
Hay muchas preguntas abiertas sobre los críos sin escuela: ¿Cómo aprenderán a leer y a escribir? ¿Cómo aprenderán matemáticas? ¿Cómo serán sus relaciones sociales? ¿Qué tipos de profesión ejercerán? ¿Cómo lograrán acreditar sus conocimientos y habilidades en una sociedad escolarizada?… y un largo etcétera. Pero si George Land tenía razón, no hay mucho de qué preocuparse, pues contaremos con la asesoría personalizada de genios creativos.
Con frecuencia me gusta pensar en las ventajas de evitar la escuela: cero preocupaciones para elegir “la mejor” institución; ahorros considerables en útiles escolares, colegiaturas, etc; aprendizaje continuo en campos de conocimiento que ni me imagino; flexibilidad para viajar fuera de la estación vacacional; y otras que se le ocurran al lector.
Personalmente, el elegir la vida desescolarizada para mis hijos significa una decisión valiente, necesitada de responsabilidad, paciencia y una confianza tenaz. Sé que habrá tiempos de duda, tal vez más largos y frecuentes que los tiempos de certeza. Pero los que hemos probado la libertad, aunque sea un bocadito apenas, sabemos que vale la pena.
1 Escuincle es la palabra coloquial mexicana para ‘infante’; proviene del náhuatl itzcuintli (‘perro sin pelo’).
2 Breakpoint and Beyond: Mastering the future today. Autores: George Land & Beth Jarman.