Dos personajes famosos. Dos tipos distintos de influencia. Un sólo objetivo. Ken Robinson y Howard Gardner. No sé si es habitual relacionarlos, aunque traten con lo mismo.
KR
No sé si calificar a Robinson de pedagogo. Nunca lo he visto así. Pero me parece un buen propagandista y este mundo necesita todo el coraje que le puedan infundir.
HG
En cuanto a Howard Gardner, no sé cómo verá el siglo XXII sus aportaciones. Me cuesta creer que el cerebro tenga departamentos tan estructurados, aunque se comuniquen entre sí o incluso peleen entre ellos.
Pero uno y otro nos inspiran. Sólo eso. Evitemos convertirlos en nuevos Aristóteles. Pero me vienen a caldo. Gardner sugiere que la mejor manera de evaluar a un niño es dejarlo solo con un montón de estímulos y ver qué hace, hacia dónde se orienta, qué crea. No sólo la acción, también la mirada es creativa y ésta lleva a aquella. Pero para crear necesitamos material, cosas que puedan componerse de diferentes maneras y que puedan servir para fines nuevos.
La cultura humana es un puzzle inmenso con direcciones y sentidos infinitos. Lo que hoy está compuesto de una manera, mañana lo estará de otra. El sentido de hoy estará en la raíz del sentido de mañana, pero será difícil de reconocer. Los niños han de ver, juzgar y jugar con las piezas. Los sentidos se han de poner sobre la mesa.
Gardner dice que un alumno suyo no se atrevía a aplicar a un trabajo teorías que no entendía. Él le contestó que nunca las entendería si no se artevía a aplicarlas. La sabiduría y la creatividad no están principalmente en el pensamiento sino en la ejecución.
MIEDO
Creo que Robinson acierta al identificar la escuela como un obstáculo, como «el miedo de los adultos». El miedo de los padres, el miedo de los profesores, el miedo de los políticos. Y el miedo se traduce en desconfianza. Y la desconfianza en incapacidad.
Evitemos convertirlos en nuevos
Aristóteles
DESCONFIANZA
Esa desconfianza se traduce en un instrumento desconfiado: el libro de texto. Un instrumento tacaño con los jóvenes, como esos regalos tan bien envueltos de la película Brazil, de Terry Gilliam, todos iguales, todos igualmente inanes, que sirven para exigir «los mínimos». Mientras que una sociedad generosa y confiada se lo daría todo y se lo exigiría todo.
Parece que Robinson y Gardner apunten a la nada y al todo respectivamente. Pero es que entre la nada y el todo hay tantas posibilidades. Una y otro se retroalimentan.
Dejemos que los niños se acerquen al mundo antes que intentar metérselo en la cabeza. Sin miedo. Doce años bien pensados dan para mucho. Insinuemos y poblemos las aulas de cosas. Me parece.
PD: No digo que no tengamos currículos, pero no hace falta hacerlos demasiado explícitos. Serán el punto de llegada.
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