¿BANDOS IRRECONCILIABLES?
Desde los albores de los tiempos, existen ciertas rencillas entre dos bandos aparentemente irreconciliables.
Por un lado, se encuentran las familias, guardianas custodias de un tesoro denominado hijo, que en su afán de proteccionismo, en ocasiones, debilita la autonomía de su prole.
Padres, madres, tíos, abuelos… que achacan al otro bando las excesivas vacaciones de los docentes, el desmesurado sueldo que cobran por lo que hacen o las «ridículas» horas que pasan trabajando.
En el otro lado del «ring», nos encontramos a los docentes. Un grupo heterogéneo que achaca, al frente opuesto, la excesiva permisividad de las familias en la educación de sus hijos, llevando por bandera esa malograda frase de que «en casa se educa y en el colegio se enseña», como si todos los niños tuvieran la suerte de poder ser educados en casa.
No sabemos de qué cielo o infierno provienen nuestros alumnos, y diría poco o nada del docente, si dejáramos en manos del destino, la educación de esos pequeños.
Y con este panorama, a este escribiente, se le ocurre la idea de crear una metodología activa que requiere de ambos «púgiles» para poder ser llevada a cabo.
METODOLOGÍA ACTIVA
Hoy es un lunes cualquiera, de una semana cualquiera e incluso de un año cualquiera. Da igual, son ya muchos los lunes empleando esta metodología que es irrelevante. Hace sol y Lucas, nombre ficticio, se encuentra más tranquilo de lo normal. Lleva tiempo con un proceso de medicación para tratar su posible hiperactividad, y aun están probando la dosis adecuada.
Su atención es limitada, no es capaz de fijarla durante largos periodos de tiempo, pero hoy hay algo que le llama la atención. Algo que le perturba, no consigue explicarse dónde se ha metido una hilera de hormigas que hace escasos minutos, portaba restos de un pobre insecto que pasó a mejor vida.
Lo observo y veo cómo empieza a impacientarse. Lo tranquilizo e intento que me explique el motivo de su intranquilidad, pero se niega a contármelo. Él es así, introvertido, sumido en ese mundo tan particular que en ocasiones lo encumbra a los altares de la alegría o lo baja a los sótanos de las penurias emocionales.
No es necesario que me lo cuente, me he percatado del episodio y lo anoto en mi pequeño libro rojo, donde reposan el resto de cuestiones. Al lado de ¿por qué la luna no se cae? O ¿por qué vuelan los pájaros? Un compendio de dudas, inquietudes, miedos y dificultades que voy anotando durante el primer curso de educación infantil de tres años.
«¿Por qué la luna no se cae?»
«¿Por qué vuelan los pájaros?»
No concibo la enseñanza si no se parte de lo que al alumno le interesa verdaderamente. No voy a obligar a Lucas a estar sentado cinco horas aprendiendo rectángulos, o la letra «p» cuando su mundo gira en otro sentido. Cuando hay tantas «hormigas por descubrir» o tantos «pájaros que ver volar».
Ha pasado un año, y Lucas, María, Fran, Antonio… han llenado mi pequeño cuaderno rojo donde anoto las cuestiones con un sinfín de dudas, inquietudes y miedos. Es hora de resolverlas.
Cierto es que vivimos en una sociedad sistémica, y que la norma es necesaria. No podemos vivir en un mundo donde no le hagamos caso a los semáforos en rojo, o a las señales de «peligro precipicio».
CUESTIONES DE INTERÉS
Lo mismo ocurre con nuestro sistema educativo actual. No puedo obviar los contenidos, ya que serán requeridos en etapas educativas posteriores. Y en este aspecto, ambos bandos mencionados anteriormente, aquellos que encabezaban batallas fratricidas, están de acuerdo.
Así que había que buscar un sistema donde los intereses del alumnado, lo que verdaderamente les importa –aquellos contenidos que no vienen en los libros de texto, ni en la mayoría de las propuestas educativas– coexistan con el currículum oficial. Bienvenidos a las «cuestiones de interés».
Una vez recopilada las cuestiones, hay que sacar la bandera blanca y llevar la contienda entre padres y docentes a terreno neutral. Un lugar donde ambos agentes vean la realidad que tienen en sus manos, en sus corazones.
COLABORACIÓN REAL
No concibo la enseñanza si no se parte de lo que al alumno le interesa verdaderamente.
Un lugar donde los progenitores vean, la difícil labor que supone enseñar y educar a no menos de 25 alumnos, cada uno con sus particularidades. Un Espacio donde el docente vea que ser padre o madre tampoco es sencillo. Que por mucho que queramos no hay un manual o un carné para sacarse el título de mejor familiar del año. Es el momento de hacerles ver que la colaboración es necesaria, que por mucho que se quiera, el factor emocional es básico para el desarrollo integral del alumno y, por ende, de su educación.
Estamos a finales de Junio, hace calor en las aulas, sobre todo en el sur. Nos encontramos en la reunión de final de curso, es hora de explicarles a las familias la metodología que van a desarrollar los dos años posteriores.
Sí, toca trabajar, y mucho. No quiero padres ni madres que me acompañen a las excursiones o me decoren los pasillos.
Quiero una colaboración real. Necesito familias activas, familias de pleno derecho en proceso educativo.
Quiero poder reclamarles cuando lo hagan mal, felicitarlas cuando la ocasión lo requiera.
Me viene a la cabeza un ejemplo que suelo poner y que versa sobre la bronca monumental que se llevó un pobre utillero cuando el equipo perdió una tan ansiada final. Al pobre empleado, se le podrá reprochar muchas cosas: botas sucias, camisas mal planchadas… pero no se le podrá achacar la derrota. Pues con las familias pasa lo mismo, no podemos exigirles nada si no se les hace partícipes del proceso.
Terminada la reunión, cada familia ha elegido una cuestión que deberá ser resuelta por ellos mismos. Una por semana, quitando los periodos festivos.
Mi cafetera echa humo, estamos a escasos días del periodo vacacional y la propuesta educativa para el curso que viene debe estar terminada. Es necesario, las familias deben saber con tiempo la fecha en la cual resolverán la inquietud.
Hay un trabajo previo titánico, hay que relacionar las cuestiones con las unidades didácticas para que el proceso tenga coherencia. Para que los intereses de mis niños puedan coexistir con lo que el sistema me requiere. Para que ambos bandos sigan en calma tensa.
Fulanito de tal, resolverá su cuestión el 10 de Octubre, Menganita el 20 de Febrero… así con cada una de mis familias. Es hora de informarles para que tengan tiempo de actuación. La resolución es compleja y deben decorar el aula, resolver la cuestión a través de presentaciones, adecuadas a la edad de los educandos, y una parte práctica donde se acomoden los nuevos contenidos.
La resolución de la cuestión es como un proceso de «asimilación-acomodación» de esto Piaget sabía un rato. Hay que partir del conocimiento del niño para dar cabida a los nuevos esquemas.
Turno de las familias, es viernes —día de resolución de la cuestión— y el reloj marca las nueve y media. Turno de las familia de Carlota. Los padres se encuentran nerviosos. Uno es empleada de un centro comercial, el otro es técnico del ayuntamiento. Nunca han hablado en público y hoy tiene un auditorio de 30 personitas. No preocuparos, lo haréis bien.
Van a resolver la cuestión «¿dónde se esconden los bebés?», para ello, previamente, el lunes han decorado el aula con la ayuda de la comisión.
Un grupo de padres y madres que ayudan a las familias a buscar material para decorar, a preparar las presentaciones, breves con imágenes impactantes y con «parones atencionales».
Estos parones son actividades lúdicas que «interrumpen» las explicaciones para «aliviar» la atención de los pequeños.
Para la ambientación de aula, se han basado en troquelados de una conocida serie infantil. Nacho es un experto «manitas» y ayuda en los decorados. La ambientación es fundamental, hace que el cerebro reaccione, se emocione y permite «abrir la puerta» al conocimiento.
Han hecho un buen trabajo, hay un grupo humano increíble. La comisión son como esos ángeles guardianes que no esperan nada a cambio. Es lo primero que se dice en el reunión, «quién forme parte de la comisión, no debe esperar palmaditas en la espalda». La sonrisa de un niño es lo único que encontrarán, pero os aseguro que suple todos los halagos.
LOS COMPLICADOS
Hay que descansar, llevamos una hora y media y es turno de que mis pequeños desayunen. Hablo con los padres, tíos y abuelos. Se sienten satisfechos. Los nervios han quedado templados y es turno de disfrutar. Su hija no da crédito a lo que ve. Han tenido que hacer un esfuerzo enorme por estar todo el día en el colegio. Como Jaime que pidió un día sin sueldo para su cuestión, o la maestra Maika que hizo coincidir la suya con la festividad de su pueblo para poder acudir.
No hay excusas, se puede y lo digo con conocimiento de causa. Lo duro son «los complicados». Casos de familias cuyo fin en la vida no es precisamente el nivel educativo de sus hijos. Familias que por avatares del destino, porque la vida no es fácil, porque a veces no se puede elegir, prefieren la compañía de un tal Walker o un tal Simón.
Estos son los «complicados», pero aquí sacamos pecho y la maquinaria se mueve para que ese niño o niña disfrute también de su cuestión. Entra en escena de nuevo mis ángeles de la guardia, no se puede explicar, hay que verlo.
Comienza la segunda parte, la práctica. Una batería de actividades, a cuál más divertida, diseñada por las familias para consolidar la parte teórica. El aprendizaje debe ser vivenciado para que quede instaurado. Ahora mismo, están disfrazados de óvulos y espermatozoides corriendo por el patio, al sonar el silbato, hay que emparejarse. ¡Qué forma más original de explicar la concepción!
Llegamos al final, es hora de recoger. Hay un tumulto y un griterío unísono. Los pequeños no quieren que se vayan. La mamá de Carlota acaba llorando cuando los pequeños corren abrazarles. Me recorre una sensación parecida a cuando un cirujano culmina con éxito la intervención, una satisfacción enorme.
Son las dos y cuarto, recojo mi mochila y por el camino pienso en la próxima cuestión. Queda menos para que la batalla termine, queda menos para que ambos bandos firmen definitivamente la paz.