Treinta años de distancia es
mucha distancia
El chaval o la chica empieza bachillerato con una vaga idea de por qué lo hace. Sabe que quiere estudiar, pero no sabe muy bien qué, aún.
Nadie le ha explicado cómo se mezclan
los bienes y males del mundo, sus razones y lances
Está su mundo y después está EL MUNDO, del que tiene datos, información, conceptos supervivientes de decenas de libros de texto, apuntes y exámenes. Tiene el espíritu lleno de basurilla académica y de esperanzas, pulsiones e incertidumbres de futuro.
Y, pese a todo, sólo tiene tiempo de pensar en el libro y los apuntes de Literatura, Lengua, Filosofía, Historia, Matemáticas Humanísticas, Psicología, etc., etc. Y entre todo eso se abren paso a codazos los chats, whatsapps, salidas y discotecas.
El profesor pasó por eso hace
treinta años
El recuerdo es vago. Él y sus amistades actuales comparten decenas de años de experiencia y recuerdan lo que para ellos es significativo. Compartirlo les da siglos de experiencia. Pese a todo, EL MUNDO ha cuajado mal que bien en ellos cual soufflé.
Poco cambiará, han logrado cierta estabilidad y saben o creen saber lo que ha sido bueno para ellos y lo que no. Entre el chico que fue el profesor y el adulto que es no hay pueblos, hay tres o cuatro planetas de distancia. No se da cuenta de que posiblemente él no ve EL MUNDO con la perfección que cree y no siempre es tanto más lúcido que sus alumnos o al menos no tanto como sería deseable.
De hecho trabaja porque hemos convenido que domina los «hechos» de una parte del mundo. Tal vez, le pase como a esos físicos que creían que entendían la cuántica y, según Feynmann, no la entendían. Él sabrá. Feynmann sabía que no la entendía y fue capaz de predecir el futuro.
¿Cuántos profesores se atreven
con el futuro?
El chico quiere proyectarse adelante por sí mismo pero su estudio está monopolizado por apuntes, subrayados, lecturas, lecciones, unidades didácticas, asignaturas prediseñadas. Debe sentirse como la joven de la película Hello Dolly a la que su tío separa de su novio artista (obviamente sin futuro profesional) con un sólido argumento:
«Cuando tengas cincuenta años
me lo agradecerás»
El Bachillerato no es sino una Formación Profesional inicial para futuros universitarios de profesiones teóricas. Pero la inician chicos que no acabaron de obtener «visión del mundo» en la secundaria.
Da igual, se les impone. Un currículo impecable decide que como no saben aún de qué va el mundo pero se orientan (de oído) hacia las Humanidades les beneficiará la Psicología (académica), la Historia (académica), las Matemáticas Sociales (académicas), la Filosofía (académica), etc., etc. O sea, lo mismo que volverán a hacer en la Facultad que sea pero en pequeño (aunque a veces no lo parezca a la vista de algunos manuales).
La conclusión que sacan los profesores más conscientes, y la que se saca dando clases particulares es que lo que los chicos realmente aprenden son habilidades de Estudiantez Profesional, una materia extraoficial que se enseña en algunas academias con el epígrafe «Aprender a estudiar» y sobre la que alguna vez debería hacerse un estudio antropológico. Es una ciencia basada en la experiencia secular de estudiantes y opositores que, tal vez, no tenga reconocimiento oficial pero que no tiene nada que envidiar a otras ciencias más o menos exactas.
Lo mismo que volverán a hacer en la Facultad que sea
pero en pequeño
El joven que suele estudiar la Psicología de primero o segundo de Bachillerato, me consta que en la mayoría de los casos no estudia realmente Psicología, sino que se inicia en esa ciencia que te prepara para superar cualquier asignatura.
Los que acaban una carrera es porque sienten esa ciencia o porque han conseguido ser expertos en Estudiantez Profesional. No digo que algo de Psicología o de Historia no se cuelen por las rendijas de los ejercicios de Estudiantez, pero lo que muchos profesores particulares descubren amargamente es que los adolescentes sólo quieren que les ayuden a lo que para ellos es sustantivo:
COMPLACER AL PROFE,
o sea, aprobar
Cualquier propósito de hacerles amar la asignatura sólo lo viven como una angustiosa pérdida de tiempo. Da que pensar. Tal vez, es que la educación viene de una maquinaria externa secular de la que todos, profesores y alumnos, nos limitamos a ser piezas y a eso nos hemos acostumbrado. Pocos piensan lo que hacen como un todo social. Me gustaría que este artículo careciera de vigencia, pero veo indicios de que no es así todavía.