«Vivir no es otra cosa que
arder en preguntas«
Antonin Artaud
Cuando pienso en esta cita, una de mis frases de cabecera, no puedo sino cuestionarme. El cuestionamiento permanente debe ser parte intrínseca de nuestra labor como docentes, y como personas. Preguntarnos constantemente, no dar nada por sabido, inquirir como modo de acceder al conocimiento…
Por eso, cuando regreso a casa agotada de una de esas extenuantes sesiones de evaluación, me estoy haciendo preguntas. Me siento en el sofá con idea de descansar un poco tras varias jornadas de dormir poco, corrigiendo ad infinitum; no en balde mi jefe de estudios me conmina cariñosamente (y por enésima vez) a no dejar hasta el último minuto las entregas de trabajos de mis alumnos, preparando informes, la cuasi infinita burocracia que rodea estas actuaciones docentes y tratando de sobrevivir a laaargas horas sin café —malditas arritmias—.
Gary, mi gato, se adosa a mi cuerpo demandando caricias, pidiendo la atención que no ha recibido en estas semanas delirantes previas a las evaluaciones. Procedo a satisfacer sus demandas, pero continúo dándole vueltas al maremágnum de ideas que se cocinan en mi cabeza.
Resuenan en mi mente algunas de las frases que he ido oyendo estos días en las evaluaciones, que son eco de situaciones que en un bucle extraño, vuelven una y otra vez, curso tras curso. Esas frases que aluden al “tenía un 4.8, le he tenido que suspender”.
Esa evaluación …
como espada de Damocles
Esa evaluación, que, por muchas rúbricas y dianas que queramos usar para dar un aire de modernidad sigue constituyéndose en una espada de Damocles. Esa evaluación que, se sigue limitando, partiendo del hecho de que la gran limitación, es, en sí misma, el hecho de evaluar, a “cantar” listas de notas, quizás a añadir alguna queja de los alumnos que no llegaron al nivel, quizás, acaso, a cuestionar las metodologías usadas por los compañeros… Esa evaluación castrada por los estándares e indicadores de aprendizaje, y que olvida que nuestro trabajo son las personas, y que estas no se pueden resumir en un número.
¿Por qué entonces iniciativas que se desarrollan en la red estos días siguen tan —tristemente— vigentes?
A raíz del análisis que hemos desarrollado en HangoutEDU para analizar las malas prácticas que se dan en educación visto desde el punto de vista de los mismos docentes, #malasprácticasEDU, o de la iniciativa #másquenotas del Colectivo Tuitorientador que aportan una visión tan lúcida respecto a los (d)efectos de los docentes en la evaluación del trabajo de nuestros alumnos, re-pienso mi modo de evaluar. Deberíamos hacerlo todos/as.
Si la educación es el empeño en procurar que nuestros alumnos ganen confianza y autonomía, si la educación es el vehículo para dar claves para la vida, la evaluación debiera ser sólo un vehículo para encauzar, para encaminar al alumnado a saber por dónde debe ir para aprender más y mejor, no sólo un juicio sumarísimo metamorfoseado en una cifra sin decimales: las temidas y nunca bien vilipendiadas calificaciones.
Nuestro trabajo son
las personas
Atender a la persona, a esa chica que ha cortado con su noviete, y que, no sabiendo aún cómo gestionar sus emociones, ha caído en picado a la hora de los temibles exámenes. A ese chaval que no se ha terminado de centrar, ciertamente, pero al que, por sobre todas las cosas, tendremos que ayudar a encontrar el camino.
La evaluación contemplada desde un punto de vista más humano, más equilibrado, en un sano término medio entre el “Teorema: en aprobando no hay problema” que huye del análisis para salvar el pellejo de posibles toques de atención de la inspección educativa, y el 97% de suspensos porque “no dan el nivel”, en el que omnisapiente profesor ejerce como tal en un alarde de poder ejercido desde las “alturas” de sus conocimientos. Pongámonos todos, y sálvese el que pueda de esta debacle. Repensar de la evaluación debe llevarnos a procesar, desde dentro, desde la persona, para atender a las personas. Y eso no excluye un análisis pormenorizado y exhaustivo del rendimiento en clase, o del trabajo realizado. Lo complementa, lo enriquece, lo dota de verdadero significado.
Nacemos para aprender, y aprendemos de los errores. Y puesto que la educación debe ser, como decía Marian Wright, para mejorar la vida de los demás, y, si los alumnos aprenden gracias a nuestras preguntas, habremos de cuestionarnos y replantearnos la evaluación, o tratar de coger agua con una cesta… la elección es tuya.
Es nuestra
Fuentes
Blog de Gesvin (infografía): ¿Qué es la evaluación auténtica?
educacion.idoneos.com: ¿Qué significa evaluar?
EducaLAB (Cedec): 15 enlaces para cambiar la evaluación.
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