¿Rebelión de las masas?
No, nacimiento de la Inteligencia Colectiva
A nuestros muertos y a quienes perdieron la visión
Nos dieron vida para construir un nuevo Chile.
Reventó sorpresivamente y con una violencia inusitada. En estado de éxtasis y locura. De rabia e impotencia. 30 chauchas de alza en el pasaje del metro subterráneo, la evasión de estudiantes universitarios y de secundaria, la brutal represión de una policía implacable que golpeó frente a las cámaras de TV a niños, niñas y jóvenes, es decir, a hijos, hijas, nietos y nietas, frente a la atónita mirada de los televidentes chilenos.
Fue suficiente para detonar el bombazo social del 18 de Octubre, primero en la capital y luego extendido a todas las regiones del país. Y que aún no termina. Y que no se detendrá fácilmente.
Esa misma noche, coordinados a través de juegos virtuales, anarquistas dieron el golpe fatal: atacaron e incendiaron varias estaciones del metro subterráneo y al mismo tiempo vándalos y delincuentes atacaron de manera sostenida supermercados y grandes tiendas. De la noche a la mañana, el supuesto país más desarrollado de América Latina, se convertía en una hoguera infernal.
Reversión de polos, lo esperado-inesperado
Entonces, el presidente Piñera hizo una jugada desesperada, fatal para la administración de turno, pero justa y precisa para el desarrollo de la historia futura y de lo que realmente se está gestando en diversas sociedades y también en Chile: No es una revolución, no es un estallido social cualquiera, sino una reversión de polos en el desarrollo de la civilización humana.
El presidente chileno declaró estado de emergencia y lanzó a las fuerzas armadas a la calle. Con la dicotomía de siempre entre discurso y acción, ocurrió lo esperado-inesperado.
- Lo esperado fue que los militares aparecieron con sus pesadas armas y tanquetas a intimidar y poner orden.
- Lo inesperado es que la gente se lanzó a las calles con un atrevimiento inusitado y los enfrentó a punta de golpes de cucharas y cucharones en ollas y sartenes.
Nunca más
La bulla de la protesta en muchas ciudades chilenas transformó el ambiente diurno y nocturno en una especie de esquizofrenia social. El fantasma de la dictadura apareció en cada ciudadano, pero, por sobre todo, apareció el juramento del nunca más de la represión militar de Pinochet que se manifestó en asesinatos, torturas y desaparecidos (hasta hoy).
Ese nunca más –instalado en el inconsciente colectivo–, motivó a muchos de los que vivieron aquellos oscuros años, la mayoría padres y abuelos, que enseñaron a las nuevas generaciones aquel juramento que buscaba no volver a ver muertos en las calles con tiros por la espalda y funerales simbólicos con un pañuelo blanco del padre, del hijo, de la esposa, en un ataúd vacío, con lágrimas que también cayeron al vacío.
Resurgió el nunca más en los hijos y nietos, que veían en las arrugas inefables del tiempo, el dolor de sus padres y abuelos que lucharon por recuperar la democracia y entregar una mejor nación a las nuevas generaciones.
Pero, frente a los cacerolazos de millones de chilenos, aun cuando el discurso político hablaba de respetar los protocolos y los derechos humanos, los sub-hombres-tropa evidenciaban sus psicopatías disimuladas tras los cuarteles y comisarías, ahora desatadas a criminal destajo, disparando balines y balas al bulto, a diestra y siniestra, matando jóvenes, volándoles los ojos, violando, apaleando, torturando, reprimiendo familias enteras con aguas putrefactas y gases lacrimógenos, disparando a mansalva a niñas escolares de apenas 16 años, amparados en uniformes de guerra o antidisturbios y en un seudo-discurso de poner orden y defender a la patria.
Otra vez, como antaño, chilenos contra chilenos, mientras los gobernantes y la clase política intentaban conversar para ponerse de acuerdo en el qué hacer para volver a la normalidad, normalidad a la que millones de chilenos no querían regresar.
Una normalidad que, a través de discursos de contención y manipulación masiva, diseñados desde la misma dictadura en adelante, tales como “retorno a la democracia”, “transición a la democracia”, “recuperación económica, moral, social y política de Chile”, concluye devolviéndole el poder a la clase política que afiló sus dientes durante los diecisiete años de gobierno militar a través del plebiscito del año 1988 y que terminó con la dictadura de Pinochet, para, el 11 de marzo de 1990, dar inicio a los gobiernos de Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos, Michelle Bachellet (2 períodos) y Sebastián Piñera (actualmente en ejercicio de su segundo período).
Desde los nuevos discursos democráticos –entre ellos, reconstrucción democrática, desarrollo macroeconómico, paridad e igualdad de género, focalización social, crecimiento sostenido, desarrollo del emprendimiento, igualdad social, equidad, inclusión, hasta el malhadado “nuestro país es un verdadero oasis”1, los chilenos esperaron pacientemente recuperar los espacios ciudadanos y mejorar su calidad de vida, particularmente debido al permanente crecimiento en materia macroeconómica y con una poderosa imagen en el exterior como el país más desarrollado de América Latina, imagen y realidad que por ninguna parte se veía reflejada en la vida cotidiana del chileno medio y de clase modesta.
Varios fueron los movimientos sociales y huelgas que anticiparon el colapso final, aunque nadie fue capaz de leerlo. Mineros, camioneros, profesores, jubilados, estudiantes universitarios y secundarios, familiares de detenidos y desaparecidos, empleados públicos y privados, miembros de la salud y de tantos otros estamentos, movimientos que se sucedieron desde el primer gobierno democrático hasta el actual, todos buscando mejoras salariales debido a los altísimos costos de la salud, pensiones miserables, alto costo de los medicamentos, del transporte, de los peajes, de la educación, explotación indiscriminada de los recursos naturales, uso de las aguas en beneficio de unos pocos y la sequía y hambre para muchos, pero también incluyendo pésimos servicios públicos en educación y salud, así como farsas en planes sociales, corrupción y robo descarado de carabineros y del ejército, incluyendo una justicia que sancionaba las estafas de los grandes empresarios y políticos con clases de ética, mientras los demás caían a la cárcel sin derecho a apelación, terminando con una élite política que vive, con los más altos salarios de la región, en el lujo y la ostentación pero con cero capacidad de escucha a “los de abajo” y con una actitud que he denominado “pecado de autosuficiencia”, es decir, la convicción de que lo estaban haciendo todo bien, actitud que terminó incluyendo a los administradores medios de los servicios públicos, empresas privadas y hasta a los directores de los establecimientos educacionales. Y claro, hasta ahí, todos gozaban de excelentes remuneraciones y de un “statu quo” o zona de confort que era mejor no tocar, es decir, una normalidad cómoda que había que mantener.
Entonces Chile despertó. Aquel cercano 18 de Octubre pasado despertó cada ciudadano lleno de rabia, de frustración, de tristeza, de impotencia, de ninguneo, de marginación, de completo hastío, pero… ¿cómo fue posible que la mayoría de los chilenos se concertaran bajo un solo ideal y provocaran la tormenta perfecta?
Extrañamente –para la mayoría incomprensible-, parte de la explicación está en el rol de la educación chilena desde el régimen militar hasta la fecha. Y este apartado lo dividiremos en tres arquetipos (aunque tiene muchos más), a saber: La educación de la clase gobernante (sin distingo político y considerando las familias más ricas de Chile, los grandes empresarios y la clase política ligada de una u otra manera a las familias ricas y grandes empresarios); un segundo arquetipo será la educación de la clase media del país en todos sus niveles y gran promotora del movimiento social del que hablamos (profesionales universitarios, comerciantes, pequeños y medianos empresarios, técnicos y artesanos, entre otros), y, finalmente, la educación de la clase baja, también en cualesquiera de sus niveles, donde caben todos aquellos que ganan un salario igual o menor a cuatrocientos mil pesos chilenos (unos 458 euros) y que, además, cuentan con trabajos inestables o intermitentes, incluyendo jefes y jefas de hogar solos.
Sin grandes o exhaustivos análisis, diremos que la clase más alta se educó con una fuerte influencia del régimen militar donde imperaba la rápida obtención de riqueza, ojalá trabajando con dinero ajeno (seguros, AFPs, cooperativas, reatails, bancos, etc.), de modo que la recaudación de grandes cantidades de dinero permitiese, aparte de importantes ganancias, la inversión y especulación en otros negocios que exigiesen alta inversión (nótese el cero riesgo de dinero propio) y, con también altas rentabilidades.
Aquí, la educación habla de “formación de líderes”, “manejo de poder”, “manejo de masas”, “creación de riquezas”, “inversión rentable”, “producto de bajo costo con alta rentabilidad”, “mano de obra barata” y “mano de obra leal”, entre tantos otros conceptos, y que terminan definiendo a un individuo “iluminado”, “bendecido” y “superior” con “lealtad hacia los suyos”, “inteligente”, “capaz”, “arrojado” y de “alta autoestima”, en tanto que los valores sociales y morales sólo son “para los débiles y poco inteligentes”.
Esta formación también es transversal a las 8 o 10 familias más ricas o dueñas de Chile, la élite de la élite. Terminan cayendo en esta red “por chorreo”, todos aquellos que son considerados “mano de obra leal”, es decir, políticos, administradores, operadores políticos, oficiales superiores de las Fuerzas Armadas, directores de alta gerencia (y de no tan alta), pagados convenientemente por su lealtad y servicios al modelo impuesto.
Como se podrá apreciar, el caldo de cultivo de la corrupción, la colusión y la estafa legal está servido, siendo algunos ejemplos emblemáticos del último tiempo la feroz corrupción expresada en ministros y colaboradores del primer gobierno de Piñera (Pablo Longueira, Laurence Golborne, Pablo Wagner, Iván Moreira, Jaime Orpis, Gabriel Ruiz Tagle y Santiago Valdés), de los oficiales del ejército (Milicogate), el de carabineros (Pacogate) y el caso Caval, donde está involucrado Sebastián Dávalos, hijo de la ex presidenta Michel Bachellet, su nuera Natalia Compagnon, además de Mauricio Valero, Herman Chadwick, Juan Díaz, Cynthia Ross, Jorge Silva, Marisol Navarrete, el Banco de Chile y hasta uno de los hombres más poderosos de este Chile querido, el simpático Andrónico Luksic (simpático hasta cuando se molesta), varios de ellos paseando tranquilos y dando entrevistas por la TV y radios, pero que significó “para la calle” el suicidio político de Bachellet y su gobierno, motivo por el cual una mayoría dio, en señal de castigo, su voto a Piñera, en tanto que los demás, conscientes del peligro que significaba Piñera, dieron su voto a “los menos malos”, Alejandro Guillier y Beatriz Sánchez, considerados, también por la calle, impuestos por los partidos políticos y con escasa experiencia en la arena política y social.
Siendo la clase alta la primera minoría, nos referiremos a la que ocupa el segundo lugar, la clase baja, esa que casi no tiene vuelta ni posibilidades desde la dictadura militar en adelante. Ninguneados, rechazados y “escondidos”, relegados a colegios “castigo” de barrios marginales –con profesores de alta vocación y casi nada de herramientas–, desesperados con la miseria cultural y económica de sus padres y abuelos, compañeros del hambre, del infortunio, del frío, de la espera eterna por una casa-cajón en verdaderos guetos, cuyas posibilidades más cercanas, en muchos casos, son la prostitución, el robo y la venta de pasta base, o caer a la cárcel para comer…
Los planes sociales de todos los gobiernos democráticos han sido verdaderas farsas que se manifiestan en bonos miserables para esta gente.
Aún en Chile no caen en cuenta, ni políticos ni académicos, que la pobreza más grave y autoflagelante es la pobreza cultural, una pobreza de alma que se hereda de generación en generación a través de la desesperanza aprendida, esa misma pobreza que es rabia desatada a través del lumpen y vándalos destruyendo todo a su paso, saqueando a todo lo que represente al modelo económico, al sistema y a los ricos como son el metro, los supermercados y las grandes tiendas.
Ellos no tienen filtro. Tienen rabia y permanente estado de abandono. Son chilenos abandonados por su propia sociedad y especialmente por la clase política, “producto nacional”, evidencia ominosa del fracaso de la educación chilena y de los planes sociales embusteros y mezquinos de todos los gobiernos, de toda la clase política.
Caso aparte es el de la gran clase media chilena, no sólo mayoría en las estadísticas debido a sus niveles medios de ingreso, sino mayoría absoluta en las calles con cacerolas y banderas, una clase media amplia y heterogénea, con aproximadamente un 15 % de clase media alta y un 65 % de clase media baja, esta última, vulnerable y que transita permanentemente a niveles cercanos a la línea de la pobreza.
Dato importante es que aquí se concentra el votante más influyente de todos los gobiernos democráticos y que con cada uno de ellos se creó altas expectativas de crecimiento en su calidad de vida, motivo por el cual también es el segmento con mayor coraje y desesperanza en relación a sus propias expectativas.
La clase media actual se reorganiza originariamente y a duras penas en la dictadura militar y trabaja por la recuperación de la democracia. Se caracteriza por su medianía cultural, enorme esfuerzo de trabajo y gran espíritu emprendedor. Es la multitud que votó por el NO a Pinochet en Chile y llevó a nuestra sociedad a la democracia. Se opuso a la dictadura militar en las calles, a través del arte, del cine y de la literatura y entregó como herencia social la democracia a las nuevas generaciones, el “nunca más” y se esforzó, principalmente, en dar una mejor educación a sus hijos haciendo fila hoy con la segunda y tercera generación en las protestas callejeras.
La segunda generación de esta clase media pujante es, en su mayoría, profesionales y técnicos superiores, deportistas destacados, artistas e intelectuales, artesanos y comerciantes, emprendedores y pequeños empresarios, pero por sobre todo, le caracteriza un gran espíritu crítico que lleva a impulsar la Revolución Pingüina en 2006 y obtener el Oscar con Una mujer fantástica, la misma generación que fue formada con esos miles de héroes anónimos de primera y segunda generación, los profesores, los orientadores y los psicólogos escolares, a través del currículo oculto –ese que no figura en ninguna parte de los planes oficiales–, pero un currículo oculto ni peyorativo ni proselitista, ni vengativo ni violento, sino profundamente valórico e integrador enmarcado desde el “nunca más”, siguiendo por “valor de la democracia”, “libertad de pensamiento”, “libertad de elección”, “pensamiento crítico”, “proyecto de vida”, “valor de la familia”, “valor del estudio”, “valor del trabajo”, “valor del niño”, “valor del anciano”, valor, valor, valor…
¡Y eso es lo que hoy está recorriendo Chile de punta a punta a través de cánticos, celulares encendidos, banderas, pitos y tambores!
Rechazo a la élite chilena (viven una realidad aparte), al gobierno de Piñera (errático y desconectado de la realidad), al Congreso Nacional (flojos, tramitadores, oídos sordos a la ciudadanía), a toda la clase política (por inoperante y desconectada de la realidad y enfrascados en sus propios intereses y bajas rencillas entre ellos mismos), a la clase empresarial (colusión, corrupción y bajos salarios), alta y media dirección (insensibilidad y pecado de autosuficiencia), estafas de las AFPs (alta rentabilidad y pensiones miserables), muy mala educación pública (colegios con pésima infraestructura, escasez de material didáctico, robo descarado a través de capacitaciones inútiles) y sin visión de futuro o de buena calidad, educación privada y de acceso sólo a los más ricos, pésima salud en atención e infraestructura y alto costo de medicamentos, altos niveles de endeudamiento y difícil obtención de bienes raíces, y en general, el altísimo costo de la calidad de vida, que sólo beneficia a unos pocos, y finalmente, rechazo absoluto a la Constitución Política de la República de Chile de 1980, desarrollada bajo la firma de Augusto Pinochet Ugarte.
Chile Despertó (Versión del gobierno de Sebastián Piñera y de élites económicas y políticas)
En un movimiento acéfalo, masivo y violento, promovido por un enemigo poderoso y oculto (varias versiones, entre ellas terrorismo organizado interno, terrorismo venezolano y terrorismo ruso) y al que Piñera inmediatamente declaró la guerra, sacando las Fuerzas Armadas a la calle con énfasis en el vandalismo y delincuencia, y con una represión no vista desde el golpe militar de 1973, que hasta hoy lleva más de veinte fallecidos, 197 personas con pérdida visual total o parcial por perdigones o balines -de un total de 2009 heridos por balas y balines-, incluyendo lesiones, torturas y violaciones sexuales, así como más de 5600 detenidos2.
Estas élites políticas y económicas, gestoras naturales de la tormenta perfecta, hoy lloran patéticamente clamando por el diálogo y por un regreso a la normalidad, a la paz y a la democracia, anterior al 18 de Octubre, con nula autocrítica y haciendo hincapié en la enorme pérdida material del país y lo difícil que será reconstruirlo. De los muertos y heridos no se acuerdan. No está en su agenda moral, porque nunca la tuvieron.
Chile Despertó (Versión Inteligente)
Es un movimiento apolítico, nacional, organizado y que no se detendrá hasta que consiga sus objetivos: Un Chile con mayor igualdad, más justo, más solidario y con una nueva Constitución Política, lo que implica una nueva forma de democracia. Un movimiento cuyo cerebro no es un líder en particular (rechaza partidos políticos y líderes oportunistas), sino una red neuronal formada a través de Internet y las redes sociales, es decir, es la máxima expresión de la Web 3.0, y extensión de la autopoiesis, siendo esta autopoiesis, o autopoyesis, un neologismo acuñado por Humberto Maturana y Francisco Varela que designa a un organismo vivo como sistema cerrado y con la capacidad de regenerarse, reproducirse y mantenerse a sí mismo en interacción con otros y con el medio, de modo que transforma a este organismo en un ente social y que es por antonomasia la definición del movimiento chileno.
De este modo, tenemos a cada persona conectada a Internet expresando su rabia, descontento y proponiendo soluciones, lo que configura un nuevo organismo social –compuesto por millones de personas-neuronas–, que dan vida, en principio a un quehacer o trabajo colaborativo –inicialmente inconsciente–, para transformarse en una Inteligencia Colectiva y consciente.
Éste es un fenómeno nuevo y único del tercer milenio y que ya se expresó en Hong Kong, Líbano, Francia, Rusia, Argelia, Irak, Ecuador y Bolivia, donde no caben las élites ni las clases políticas anquilosadas en las fervorosas propuestas de Sigmund Freud (Psicología de las Masas, El Malestar de la Cultura3) y Ortega y Gasset (La Rebelión de las Masas) y mucho menos Charles Darwin y su elitista teoría de la evolución de las especies por la selección natural, propuestas que definen masas histéricas, ciegas, violentas e ignorantes, normalmente guiadas por caudillos y líderes a los que tales masas siguen sin condiciones, donde bastaba sobornar o eliminar al líder o vocero y se eliminaba al movimiento de raíz.
Hoy, tal acción es imposible y es por ello que los seudo-líderes chilenos están con las manos atadas, pues no hay cabecillas visibles y el movimiento tampoco los quiere, a menos que se unan como uno más y aporten a tal movimiento.
Es así que esta autopoiesis social abandona el posmodernismo y apunta a un nuevo metarrelato: la unidad en la diversidad. Este nuevo ente social no tolera los comunismos trasnochados ni los fascismos enfermizos y menos los tibias y acomodaticias militancias de las centro-izquierdas o las centro-derechas, partidos políticos o minorías que ostentan defensorías de ideas cerradas, intolerantes y las más de las veces, de intereses privados y elitistas.
En cambio tolera e incorpora a las instituciones gremiales, donde los profesionales de la salud saben de salud, los profesores saben de educación y los aseadores saben de limpieza, y cuyas principales instituciones son los tribunales de justicia (hoy sólo una esperanza), pero no una justicia para algunos, sino una justicia fundada en los derechos humanos, en el respeto al medioambiente, en el derecho penal y civil, y especialmente en el respeto irrestricto a la libertad, es decir, dando a la persona humana, sin excepción, la responsabilidad moral y legal de sus acciones y respetando, a la vez, el bien común o bien social.
Aquí no caben las pequeñas élites que toman decisiones por todos sin escuchar a nadie.
Es el gremio, las instituciones especializadas, el cabildo y la asamblea constituyente, fundadas en las decisiones de sus bases, las que levantan verdaderas gerusías o consejos de ancianos y expertos gremiales como gobiernos locales y central, pero que necesariamente dan cuenta a la Nueva Carta Magna, a la justicia y a la sociedad de sus decisiones, de modo que tampoco tolera el divide et impera ni la propiedad privada en manos de unos pocos, y mucho menos, la desigualdad. Ahora el bien común es bien social, cuyos pilares fundamentales son la familia, la persona humana y el valor igualitario del trabajo entre todos, persona humana que es el capital vital de todo organismo autopoiético –al modo del Blob (physarum polycephalum)–, y que hace ver el enorme error de una civilización en decadencia, como lo es la dicotomía sociopolítica, económomica y moral “élite gobernante – masa gobernada”, mismo error que cometió Nikolai Kardashov (Transmission of Information by Extraterrestrial Civilizations) al no considerar como la energía más importante de una civilización el capital vital, en este caso, el ser humano.
La autopoiesis social es la antesala y la expresión natural de una civilización tipo 1, pero donde, insistimos, su capital vital o la energía principal, es cada una de las personas que la componen.
Y donde el valor agregado es la educación centrada en el aprendizaje al modo de cada estudiante y a través del trabajo colaborativo, base formal de la inteligencia colectiva.
Es así que la autopoiesis social o Inteligencia Colectiva en pleno, podríamos entenderla como una democracia al revés, es decir, donde las decisiones del gobierno central y representativo, se toman en función de lo que realmente demande la ciudadanía, también a través de sus representantes directos, aquellos que tienen “calle”, aquellos que conocen en y con la realidad los problemas y las soluciones.
Una sociedad o civilización elitista –como hasta hoy–, está condenada al fracaso porque vela por los intereses de unos pocos, enfatiza en la propiedad privada, en la manipulación de las masas, en la depredación del medioambiente y en la defensa-ataque territorial-ideológico, de modo que termina destruyéndose con otra sociedad de similares características, lo que, a corto plazo, se transformará en autodestrucción de la civilización en su totalidad.
Es el destino de la humanidad si las diversas sociedades continúan aceptando el gobierno de las élites. Por el contrario, una civilización con consciencia social, entonces, es una de las remotas alternativas de perdurabilidad en el tiempo y en el espacio de la propia humanidad, una humanidad que asoma en la convivencia de la unidad y diversidad y en la vieja pero urgente regla de oro: “trata a los demás como querrías que te trataran a ti” o “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. Y que quede claro, al menos en Chile, el directo mensaje para las élites: O se suman al nuevo paradigma o toman sus cosas y se van a otro rincón del planeta, que es bastante grande todavía. Así las cosas, la propuesta del gobierno de la Inteligencia Colectiva es un nuevo Contrato Social constituido en la dignidad de todos y cada uno de los miembros de la sociedad.
1 Declaración de Sebastián Piñera a un medio televisivo, el 8 de Octubre de 2019.
2 Reporte Instituto Nacional de Derechos Humanos, 10-11-2019
3 De aquí el errado concepto “malestar del éxito” de Sebastián Piñera, entre sus innumerables desaciertos, para definir el movimiento chileno. Pésimos sus asesores.