AQUEL ENTRENADOR

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AQUEL ENTRENADOR

Escribo este artículo con tintes autobiográficos en señal de agradecimiento, porque lo que a continuación cuento me sirve como recordatorio constante, y también como llamamiento para todos los educadores deportivos que colaboran y trabajan con en deporte base.

Aquel entrenador me enseñó cosas más importantes que lo que él mismo pensaba cuando utilizaba esa pizarra magnética con cuatro fichas rojas de parchís y un pequeño balón de cartón coloreado de negro.

Mi infancia en el fútbol sala había estado llena de trabas: mi padre era el entrenador del equipo (con todo lo que ello conlleva), mi estatura y mi condición física no eran las mejores (era el bajito gordito que hay en toda clase de primaria), el otro jugador que ocupaba mi misma posición era alguien que todo el mundo admiraba, etc.

Hasta que cumplí los trece años, el fútbol sala era mi pasión más difícil de disfrutar. Tener a tu propio padre como entrenador es complicado; sobre todo, cuando el resto de progenitores afirman contínuamente que uno juega por ser el hijo del míster, sea los minutos que sea y haya hecho los méritos que haya hecho.
 Además, tener que luchar contra las tostadas de mantequilla y mermelada que me comía para merendar y contra una estatura más bien pequeña tampoco ayudaba demasiado.
Tener un compañero al que admiraba aunque jugase en mi misma posición, y el cual tiene la autoconfianza suficiente para intentar cosas que yo jamás me hubiese atrevido a intentar, tampoco ayudaba.

…cuatro fichas rojas de parchís y un pequeño balón

de cartón coloreado de negro

Pero aquel verano, después de cumplir los 13 años, sucedió algo increible…¡crecí! Y ¡qué estirón di! Y, entonces, descubrí que no es que antes hubiese jugado mal, sino que a los centímetros les acompañó confianza. Autoconfianza más bien. Y con esa nueva estatura y esa fuerte constitución, decidí comerme el mundo. Y aunque la intención era buena, me fuí perdiendo por el camino y olvidé lo que significa el deporte de equipo y lo que conlleva ser un líder de verdad…

Pero aquel entrenador decidió que las victorias no sirven de nada, si no van acompañadas de algo más; que un triunfo sólo dura hasta el siguiente partido, si no te hace aprender algo nuevo. Y aquel entrenador decidió recordarme lo que yo había olvidado dejándome en el banquillo durante toda la primera parte del partido más importante de la temporada para que todo terminara en victoria. Del equipo. Suya. Mía.

Aquel entrenador veía que la autoconfianza que yo tenía había dado paso a la arrogancia y había terminado con la humildad que desde pequeño había caminado a mi lado. Cuando un jugador, especialmente un niño, empieza a creerse mejor que los que corren a su lado, no hay victoria. 


Recuerdo esa semana como si acabara de terminar. Los entrenamientos fueron horribles, en gran parte propiciados por la actitud de un niño que cuando era pequeño creía que no era nada, y ahora pensaba que lo era todo. Aquella semana teníamos la oportunidad de ganar un partido, y de ganar la liga. Sólo un triunfo más. Pero aquel entrenador ganó muchísimo más. Ese niño que creyó serlo todo vio desde el banquillo cómo todo se esfumaba y su equipo perdía 2-0 al descanso. 
Pero aquel entrenador sólo tuvo que mirarle a los ojos (ojos que estaban a punto de romperse de rabia y, sobre todo, de orgullo herido) para hacerle saber que este momento podía ser un mal recuerdo o una lección de verdad, de las que duran toda la vida, una victoria real.

Aquel entrenador le dijo:

«Me da igual que ganemos el partido, me da igual que ganemos la liga. Yo no entreno para ganar títulos que no valen nada, yo entreno para que mejoréis, en todos los aspectos».

Y con eso bastó. Esas palabras hicieron que aquel niño enrabietado lo entendiera todo, mirara a sus compañeros, pidiera perdón, y saliera al campo a jugar para su equipo. Para ganar el partido. Para ganar la liga. Y para aprender una lección de vida. Una victoria.

Las mejores lecciones no se dan entre cuatro paredes. Y, por eso, yo siempre recordaré esa lección. Esa victoria. La victoria de aquel entrenador.

«Ojalá todos los entrenadores de deporte base asumieran los riesgos deportivos que hacen falta para formar mejores personas en el futuro.»

Jesús Sánchez-Camacho

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